Rudolf Kassner propone una conclusión bastante atrevida: Quien mucho se mira en el espejo se hace vacío. Me parece que el hueco de la vanidad o vacuidad precede al ejercicio narcisista, en una especie de círculo literalmente vicioso. Luego Kassner dispara esta pregunta igualmente punzante: “¿Hay acaso algo tan vacío como los rostros de la mayoría de los actores, los trágicos quizás más que los cómicos?”.
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Un lío no se desenreda a lo loco, halando cables o hilos sin orden alguno. Es menester ir poco a poco, examinando los nudos más intrincados y deshacerlos metódicamente, sacándolos y separando las piezas una a una. Cuando liberamos los primeros componentes de la maraña, los otros se van soltando sucesivamente. Si forzamos el proceso, complicamos el embrollo, se inmoviliza la acción o se parten los hilos, en lugar de desatarlos. Algo semejante sucede cuando nos enzarzamos en los conflictos humanos.
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“Que nadie, porque es joven postergue el filosofar, ni cuando viejo, se canse de hacerlo. Pues nunca es demasiado temprano ni demasiado tarde para procurar la salud psíquica.” Son palabras de Epicuro. Parece curioso este fin de la filosofía que radica en la sanidad mental. Y dicha salud equivale a la felicidad, es decir, a la posesión total del tiempo vivido, en su doble movimiento de anticipación y recuerdo. El acto filosófico reviste, pues, un valor sublime en la existencia de los mortales. Y el auténtico filosofar presume una actitud de humildad. La persona cuyos pensamientos, palabras y obras no se funden en la humildad, todavía no es filósofo ni merece tal título. Al final de la jornada, recogeremos el capital, los intereses y dividendos de una vida bien vivida.
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Conocemos a ciertas personas cuyas imágenes se han deteriorado de tal modo, que difícilmente se limpien ni con el auxilio de las mejores agencias de publicidad, ni de los más famosos cirujanos plásticos ni los más finos o elaborados maquillajes. ¿De qué valen los manejos oportunistas destinados a modificar la epidermis, si corazón adentro todo vuelve a las antiguas aberraciones? Parece que el remedio podría encontrarse en el arrepentimiento, el propósito de enmienda, la reparación de perjuicios y un profundo cambio de actitudes, es decir, en la sincera conversión. El mero cambio de máscaras sólo contribuye a complicar la fea maraña existencial. El defecto no está en la cámara, sino en el sujeto desfigurado.
Anibal Colón Rosado
Para El Visitante