Queridos hermanos y hermanas de la Parroquia de San Luis Rey:

Saludos de paz y bien. Una vez dijo San Pedro a Jesús: Que bien se siente aquí en esta parroquia fundada por los franciscanos, en este templo construido en el 1964 y que yo conocí desde niño. Eso mismo mis labios desean expresar en estos momentos en que me encuentro con ustedes para unirnos en la oración para la fracción del pan eucarístico.  Agradezco al Padre Marco, su párroco, por su gentil invitación y les agradezco a cada uno de ustedes, su presencia y participación. Y espero que la capilla de columbarios que vamos a bendecir al final de la misa sea siempre un lugar de consuelo, paz y fe en nuestra plena participación en el Misterio de la Resurrección del Señor Jesús.

Del Evangelio de hoy, quisiera reflexionar sobre este consejo que nos da Jesús: “Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”. ¿Qué es eso de estar al servicio de dos amos? “Dos se entiende que manden lo contrario uno del otro, pues en otro caso ni siquiera pudieran llamarse dos” (San Juan Crisóstomo). Debemos estar claros que aquí Jesús no condena al dinero, sino el apego al dinero, la idolatría al dinero, cuando hacemos del dinero el sol sobre el cual gira nuestras vidas y la dignidad del ser humano; cuando vivimos al servicio del dinero en primer lugar y a Dios, su reino, su justicia lo condicionamos al dinero.

[…] Hay unas palabras del Papa Francisco sobre este tema que quiero citarles por lo pertinentes que son, no solo para comprender el Evangelio de hoy, sino, porque arrojan luz al contexto que estamos viviendo en Puerto Rico, debido al mismo tema: el dinero.

Dice el Papa Francisco: “Jesús mismo nos decía: ‘No se puede servir a dos señores: o sirves a Dios o sirves al dinero’ (cf. Mt 6, 24). En el dinero estaba todo este espíritu mundano; dinero, vanidad, orgullo, ese camino… Muchos de ustedes han sido despojados por este mundo salvaje, que no da trabajo, que no ayuda; al que no le importa si hay niños que mueren de hambre en el mundo; no le importa si muchas familias no tienen para comer, no tienen la dignidad de llevar pan a casa; no le importa que mucha gente tenga que huir de la esclavitud, del hambre, y huir buscando la libertad. Con cuánto dolor, muchas veces, vemos que encuentran la muerte… Estas cosas las hace el espíritu del mundo. Es ciertamente ridículo que un cristiano -un cristiano verdadero-, que un sacerdote, una religiosa, un Obispo, un Cardenal, un Papa, quieran ir por el camino de esta mundanidad, que es una actitud homicida. ¡La mundanidad espiritual mata! ¡Mata el alma! ¡Mata a las personas! ¡Mata a la Iglesia!” (Discurso Oral en Asís, 4 de octubre de 2013).

Leo estas palabras del Papa y pienso en la situación fiscal en que se encuentra Puerto Rico porque corremos el riesgo de vivir bajo una tiranía, la tiranía del dinero, la tiranía de la desigualdad económica y falta de compasión y sensibilidad humana, la tiranía de bonistas que  prestaron dineros a altos intereses y ahora quieren cobrarlos con los ojos cerrados para no ver, como el rico epulón, al lázaro boricua que necesita tiempo, misericordia y compasión; muchos de nuestros acreedores quieren cobrar el dinero con sus oídos ensordecidos para no escuchar los gritos de aquellos 90 mil amenazados que pueden perder su tarjeta de la salud, para no escuchar el llanto de aquellos 45 mil empleados públicos quienes se rumoran pueden perder su empleo y para no escuchar la justa protesta de aquellos universitarios que se verían seriamente afectados por no estudiar ante un recorte súbito de 300 millones a la Universidad de Puerto Rico.

Sabemos que cuando se toma un préstamo, uno se compromete a pagar; sabemos que Puerto Rico tiene un gran déficit que hay que ir eliminando; también nos podemos preguntar por qué caemos en tanto materialismo y, en algunas situaciones, tanto mal uso del dinero, engrandeciendo injustamente los bolsillos de algunos. Sin embargo también hay que cuestionar la prisa en cobrar, en demandar, en resolver un déficit que lleva décadas. Recordemos que la generación de hoy no es responsable de los errores de la generación de ayer. Por tanto la reestructuración de la deuda requiere de un proceso humanizante y no deshumanizante.

[…] Vienen a mi mente unas palabras de la Doctrina Social de la Iglesia Católica que dice: “Un sistema que ‘sacrifica los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva de la producción’ es contrario a la dignidad del hombre” (cf GS 65). […]

En medio de todo esto, el Evangelio de hoy, nos pide no estar agobiados, preocupados porque Dios nunca abandona a los suyos. Solo se nos pide confiar, abandonarnos en la divina providencia. La invitación no es a quedarnos con los brazos cruzados esperando que algo suceda, tampoco es a la indiferencia, al descuido o a la irresponsabilidad. A lo que Jesús nos invita es a ser vigilantes de que el agobio, la desesperación y las preocupaciones nos conduzcan a poner nuestra confianza en el dinero, en el materialismo, en los sistemas económicos olvidándonos de las personas o subordinándola a la economía. La invitación no es que las preocupaciones decidan nuestra libertad y nuestras decisiones, sino a confiar siempre en Dios, a colaborar en su plan; es una invitación a ocuparnos en una actitud de confianza solo en Dios, la esperanza que nunca defrauda.

[…] En la lista de nuestras prioridades, la confianza en Dios debe ser el principio rector y no el dinero o la economía sobre el ser humano.

Hoy yo les quiero exhortar, a tres días que comienza la Cuaresma,  que oremos, que ayunemos de palabras y actitudes que hieren la dignidad del prójimo y que pidamos misericordia a Dios por nuestros ancianos, niños, niñas, mujeres y personas de escasos recursos económicos  que son los más vulnerables de la tiranía del dinero; oremos  al Señor por la sabiduría y ecuanimidad de nuestros gobernantes y personas a cargo de las finanzas de Puerto Rico para que mediante el diálogo busquen la sabiduría de lo alto, la que no mundaniza, de manera que puedan atender nuestros desafíos conforme al reino de Dios y su justicia sin abandonar su misericordia.

Que el Señor les bendiga y les proteja siempre. Amén.

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