Muchos cristianos, atraídos por sus métodos particulares de meditación y oración, han mostrado una gran simpatía por ciertas religiones y filosofías orientales. Este interés es un signo de la necesidad de un profundo recogimiento espiritual y de contacto con el misterio divino. Sin embargo, frente a este fenómeno, es necesario tener criterios seguros de carácter doctrinal y pastoral, que permitan no solo educar en la oración, sino asegurar la verdad revelada por Jesucristo a través de su Iglesia.
La oración cristiana establece como fundamento un diálogo personal, íntimo y profundo entre Dios, que convoca a una unión interpersonal de amor, y el ser humano que le responde. Es a través de esa unión que se llevan a cabo la donación mutua de dos libertades; la libertad infinita del Dios trascendente y la libertad finita del hombre; en la que resplandece la verdad de Dios y la verdad de la criatura.
La constitución dogmática Dei Verbum enseña que por medio de la revelación del Dios invisible y de la plenitud de su amor, habla a los hombres como amigos (Ex 33, 11; Jn 15, 14-15), y se mueve entre ellos (Ba 3, 38), con el fin de invitarlos y recibirlos en su compañía. Esta revelación se realiza a través de palabras, gestos y acciones; pero, sobre todo, a través de un mutuo y constante encuentro por medio de la oración. Dios se hace encontradizo y cercano al hombre, al cual hace capaz de darle la bienvenida, y contemplar sus palabras y sus obras. Esta invitación dialogal en la oración entre Dios y el hombre tiene su raíz y su culmen en el amor. En el Evangelio de Mateo, Jesús lo indica de la siguiente manera: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y toda tu mente”. Este es el principal y el primer mandamiento. El segundo es semejante a este: “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt. 22, 37-39).
A tenor con lo anterior es necesario preguntar: ¿se puede conciliar la doctrina y espiritualidad cristiana con algunas formas de oración asociadas a ciertas religiones/filosofías orientales? Hay que hacer notar que el cristianismo y algunas de las religiones/filosofías orientales contienen puntos de vista que son mutuamente excluyentes. Para ellas, Dios es un Dios impersonal, y el ser humano es considerado como una extensión del Ser de Dios. En otras palabras, la persona se desprende de su propia individualidad con el propósito de causar una “fusión” en la totalidad de la gran inmensidad del Ser. Siendo así, el universo entero, la naturaleza y Dios son lo mismo, y sin ninguna diferencia; es decir Dios es todo, y todo es Dios.
Este enfoque, evidentemente panteísta, es contrario a la fe cristiana, en donde claramente existe una distinción entre el Creador y la criatura, entre Dios y hombre. En el cristianismo, Dios es el “Otro” y nunca “el mismo”. Por otro lado, no hay que olvidar que el centro de la vida cristiana es la fe en la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas en un solo Dios; modelo perfecto de una relación de amor, de reciprocidad, de diálogo, y de encuentro expresado a través de la oración. Por el contrario, algunas religiones orientales postulan la existencia de una realidad única, en la que todo lo demás es ilusorio; en la que no existe relación de amor, diálogo o encuentro entre el ser humano y la divinidad.
Igualmente, el cristianismo ve al pecado del ser humano como una falta de amor hacia Dios y al prójimo. El hombre se ha distanciado de Dios y, necesita reconciliarse, y retornar a la comunión personal con Él. La solución es el retorno a esta relación interpersonal es Jesucristo “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Por la muerte de Jesús en la cruz, Dios Padre ha reconciliado consigo al mundo ofreciendo al ser humano su Palabra Encarnada, el “Hijo de su amor”. Ahora llama a los hombres a recibir en libertad todos los frutos de su salvación solo a través de la fe en Cristo, que amó, y se entregó por cada uno personalmente. A diferencia de algunas religiones y filosofías orientales, el cristianismo ve la redención como un regalo gratuito que solo puede ser recibido, y nunca ganado o alcanzado a través del propio esfuerzo por medio de técnicas, métodos u obras. Es preciso tener presente que el hombre es esencialmente criatura, y permanecerá para siempre como tal. Siendo así, nunca será posible una absorción del yo humano en el Yo divino, ni siquiera en los más altos estados de gracia.
Otro aspecto que hay que considerar son los movimientos o posturas corporales. En las religiones/filosofías orientales el elemento ideológico y las prácticas de meditación son inseparables. Así, detrás de los movimientos del cuerpo humano se esconde una concepción del ser como uno que se concentra en sí mismo, lo que le hace prisionero de un espiritualismo privativo e individualista. Esto imposibilita al hombre de tener una apertura con el Dios sobrenatural y trascendente. Es cierto que también en la oración y la meditación cristiana la posición del cuerpo tiene su importancia, pero solo significa una actitud interior; actitud que se expresa claramente en la liturgia.
Así pues, para los cristianos la vida de oración consiste en encuentro con Dios, y no en métodos particulares o posiciones corporales. Como se ha dicho, la relación con Dios se convierte así en un proceso que también hace resplandecer la relación con los hermanos. Esta se va haciendo cada vez más profunda con la ayuda de la gracia. De esta manera, brillará la verdad misma de Dios y de la criatura, y la oración cristiana podrá ser un verdadero encuentro personal con Dios Padre, en Cristo, por medio del Espíritu Santo.
P. Ángel M. Sánchez, PhD