Iniciamos el camino hacia una nueva Pascua de Resurrección en nuestras vidas. Ese camino, se llama la Cuaresma y tiene un punto de partida: el Miércoles de Ceniza. Las cenizas, más que marcarnos nuestras frentes, deben marcar nuestros corazones, marcar el punto de partida hacia el encuentro con Cristo vivo y Resucitado.
Sin lugar a dudas, el tiempo litúrgico de Cuaresma es de preparación, de arrepentimiento y de conversión de camino a la Pascua, la madre de todas las fiestas que celebra la Iglesia. Pero, no podemos visualizar este camino cuaresmal como uno de tristeza o de auto sufrimiento. No podemos pensar que la Cuaresma es un tiempo para sufrir y que es para hacer únicamente penitencia para después alegrarnos en la Pascua.
La alegría pascual no comienza con la resurrección del Señor, sino cuando nos arrepentimos, cuando nos convertimos, y como el hijo pródigo, comenzamos el camino hacia la Casa del Padre. La conversión, como la propone el Evangelio, no significa olvidarse de todo y de todos, no significa dejar de hacer lo ordinario o lo cotidiano para hacer cosas extraordinarias en nuestras vidas. La conversión no debe ser una amargura en nuestras vidas, sino, todo lo contrario, inundarnos con la dulzura de Dios, una dulzura que deleita y nunca empalaga.
La Pascua comienza a vivirse desde el momento de la conversión. Por eso, al comenzar la Cuaresma mi invitación es a vivir la alegría de la conversión, pues convertirse al Señor nunca debe ser motivo de tristeza, sino de júbilo. El Evangelio es la Buena Nueva y, el llamado a la conversión continua es parte de la Buena Noticia del Señor.
La alegría de la conversión es la alegría del encuentro de la oveja perdida.
Nos dice el Evangelio: “Y se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe y con ellos come. Y él les relató esta parábola, diciendo: ¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se le perdió, hasta que la halla? Y al encontrarla, la pone sobre sus hombros gozoso; y cuando llega a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, diciéndoles: Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el Cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”.
Con nuestra conversión, no solo el Buen Pastor, siente la alegría de encontrar al hijo, a la hija perdida, sino que es también nuestra alegría, de encontrar al Padre Amoroso, al Padre que perdona, que ama, que venda, que nunca nos descarta ni rechaza; es encontrar no un sentido a nuestras vidas, sino el verdadero sentido.
A la conversión que nos invita el Señor es aquella que nos mueve al amor, a la caridad y a la solidaridad. Sin ello, nuestra conversión sería a medias, superficial sin trascendencia.
Necesitamos una conversión a lo Zaqueo. Veamos:
“Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo». Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también este es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido»” (Lc. 19, 1-10).
La conversión no da lugar al encuentro con Cristo, sino, todo lo contrario, el encuentro con Cristo nos lleva a la conversión. Zaqueo no encontró a Jesús porque se convirtió; sino, que se convirtió porque encontró a Jesús.
Jesús se fija en Zaqueo y le pide que baje pronto. Jesús nos pide a todos a bajarnos pronto. A bajarnos de nuestra altanería, de nuestro falso sentido de superioridad. Nos pide bajarnos del árbol de la mezquindad y de la soberbia. Zaqueo bajó y lo recibió con alegría. Hay personas que les da tristeza ser bueno, que les da tristeza hacer la caridad, piensan que vivir el Evangelio a plenitud, como al joven rico, los hace menos, los hace más pobres. Piensan que la verdadera alegría está en el tener, en la superficialidad.
La alegría de Zaqueo, es una que brota de su encuentro con Jesús y de su conversión. Una alegría que lo lleva a dar la mitad de sus bienes a los pobres, a devolver lo fraudulento obtenido, a devolver con creces el dinero sucio, el dinero mal habido. La alegría, la caridad, el deseo de hacer justicia, el ser una persona nueva son los signos de una verdadera conversión.
Comenzamos una Cuaresma más en nuestras vidas. Para algunos, la última, para otros, una más, para todos, la gran oportunidad de ponernos en camino mediante el ayuno, la oración y la limosna.
En su mensaje para este tiempo de Cuaresma, el Papa Francisco nos dice en qué consiste el ayunar, orar y dar.
1. Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón.
2. Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia.
3. Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos, solidarizarnos con los pobres y con el mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad.
Al concluir su mensaje, el Papa nos hace la siguiente invitación: “No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable. Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales”.
Con el hijo pródigo digamos: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti’” (Lc. 15, 18). Levántenos de las ruinas de nuestras vidas y de la desesperación. La Cuaresma nos invita a levantarnos y regresar de vuelta al Padre, que nos espera con la alegría de haber encontrado al hijo o a la hija perdida. Porque para Dios siempre: “Habrá más gozo en el Cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”.
Que el Señor les bendiga y les proteja siempre.
Mons. Roberto O. González Nieves, OFM, Arzobispo Metropolitano de San Juan