El cristiano, internado en el misterio de Cristo por el bautismo amplía su radio de acción en el amor a Dios y Al prójimo. Toda acción, todo propósito, tiene de frente al Señor Resucitado, su infinito abrazo con el humillado. Nada escapa a ese radio de acción humano-divino que tiene como exigencia primordial el amor al otro como única alternativa para erradicar al mal.
Dios dicta las reglas a seguir, por mandato divino, el amor prevalece sobre la ley, impone un equilibrio que es propio del cristianismo. Lo sublime, extraído del costado abierto del Señor, se abraza al “tú” eres mi hermano en categoría excepcional, de locuacidad de siglos y épocas. Allí donde hay amor florecen los desiertos, se abrazan a los opuestos.
En toda circunstancia y adversidad la multiplicación del amor es medicina, alimento, generosidad. No hay vacaciones para un Dios que entregó su Hijo para la salvación de todos y su santidad es antídoto contra los males que afligen a la humanidad. Aliviar los males, multiplicar las medicinas, van de la mano de la ternura de Dios, Médico por excelencia.
Aunque la ciencia y la medicina tienen su solvencia mental y su campo de acción, no hay que rechazar la fe como suplicante de luz, protagonista de las curaciones que sobrepasan las fuerzas humanas. ¡Es un milagro! que impacta a menudo familiares y amigos. Es el amor bálsamo, fluidez espiritual que desbarata la irresponsabilidad y sirve a la mesa el manjar de todos.
Es toda situación agradable, u hostil, el amor al prójimo no puede dejarse para mañana, ni puede ser obviado por el momento. El desvalido, el ignorante, no pueden ser medidos con la varita de los diplomados, ni valorados en la lucidez mental de otros. La intolerancia abre cauce al desamor y resonancia espiritual ante el ruido hostil, miedos y sufrimientos.
Cada instante es apremiante en todo lo que se relacione con el amor que perpetúa una acción solidaria en la vida del cristiano. Toda acción comunitaria, u hogareña no puede estar marcada por un no cerrado que rechaza al que llega, o al que se no pertenece al grupo. Se amplía la pertenencia a establecer el abrazo de los demás, exigencia propia de aquellos que se aglomeran en la fe de los siglos.
Ser precavidos y prudentes refuerza y acentúa el bien de todos. Se persuade desde la ternura, la compasión, la fraternidad y se deja el buen sabor a Cristo en aquellos que observan nuestras acciones. Dar la clase magna es descifrar el pensamiento cristiano en su solidez única.
Seremos juzgados en el amor decía el Santo con palabras arcanas, una síntesis de la vivencia integral del cristianismo. Tratar de reivindicar las acciones negativas es crecer en el espíritu, estar de acuerdo con la clase magna de Cristo. Esa es la única señal de que aguardamos algo mejor, de que Cristo premiará nuestra solvencia en el amor.
P. Efraín Zabala
Editor de El Visitante de P.R.