¿Quiere decir esto que Él nos ha dejado, que ha desaparecido para siempre? Es cierto que ya no podemos verle ni tocarle como pudieron hacerlo los apóstoles y los primeros discípulos.
Ahora bien, lo que verdaderamente hoy celebramos es que Jesús ya no pertenece solo a un grupo pequeño, sino a todos los hombres y mujeres de la tierra que quieran aceptarle. Él es ahora el Señor de todo y de todos, el Señor de la gloria, y aun así todavía uno de nosotros, muy cercano, más íntimo a nosotros que nosotros mismos; Él es el corazón de nuestro corazón por medio de su Espíritu, vivo en nosotros.
Esto implica que nosotros, su Iglesia, tenemos que continuar el trabajo y misión que Él comenzó y dar testimonio de que Él es nuestro Señor y está vivo y resucitado.
Por eso, te invito a que no te quedes embobado mirando al Cielo,
sino que aceptes la aventura a la que te invita y te conviertas en un testigo audaz del Evangelio. Te invito a que te muevas y te lances sin miedo a sembrar su mensaje de esperanza y de alegría. Sigue haciendo el bien, llenando de bendiciones las vidas de los que te rodean. Atrévete a decirle a los demás cuanto más de Jesús y las cosas maravillosas que ha hecho en tu favor. Lánzate sin miedo a amar y servir a los más pobres y necesitados, y tu vida se convertirá en una señal clara e inequívoca de la presencia de Jesús Resucitado en nuestro Puerto Rico de hoy. ¡Ánimo! El Señor guía tus pasos y ten por cierto que no te fallará.