Mientras estudiaba en Baltimore, me paraba frente a la enorme imagen de Jesús que había debajo de la cúpula del vestíbulo de los Hospitales de Johns Hopkins. La imagen es de mármol blanco. Jesús tiene los brazos extendidos recibiendo con los brazos abiertos a los pacientes y estudiantes del hospital. Los pacientes llegan cargados y agobiados por las enfermedades. Los estudiantes cargados de estudios. Allí me recibía Jesús, con los brazos abiertos.

En la base de la imagen estaba escrito: “Venid a mi todos los que estén cansados y agobiados que Yo os aliviaré”. (cf Mt 11, 28) Al leer ese pasaje, me llenaba de energía y esperanza, para seguir adelante, como Jesús y con Jesús, aliviando la carga al sanar los pacientes que se trataban en los hospitales. En aquellos instantes que pasaba mirando la imagen aumentaba mi fe en que su promesa sería cumplida.

La frase dice “Venid a mi”. Entonces Jesús nos invita a que vayamos hacia Él. Nos invita a sentir el deseo de volver a la casa paterna como el Hijo Pródigo, (cf Lc 15, 3). Para regresar al Padre, tenemos que recorrer un camino, tal como yo procuraba entrar por aquellos pasillos para llegar hasta la imagen. Nuestra Santa Madre Iglesia nos abre ese camino a través de los Sacramentos. Nos recibe como el Padre Bueno de la misma parábola, que corre a recibir el Hijo Pródigo y lo abraza, (cf Lc 15, 20). Después de todo, Jesús es el Camino, (cf Jn 14,6).

Jesús en esta frase se dirige específicamente a los cansados y agobiados. Cuántas veces estamos cansados del trabajo. Cuántas madres hoy día trabajan y llegan a la casa a seguir trabajando. Cuántas veces nos cansamos de repetir las mismas instrucciones. Jesús nos alivia brindándonos consuelo, paz (cf Jn 14, 26), y fortaleza (cf Sal 143, 1-2).

Cuando estamos agobiados, ansiosos, Jesús nos rescata como rescató a los Apostóles durante la tormenta en el mar (cf Mt 8, 23-27). En ese pasaje les dijo que no tuvieran miedo. Es la frase que repetía san Juan Pablo II a los jóvenes de Santiago de Chile: “No tengáis miedo”.

Así que en todas nuestras fatigas y ansiedades, clamemos al Señor para que nos de la paz. Después de todo Él nos promete aliviarnos cuando vayamos a su encuentro. Y yo le creo.

Natalio Izquierdo, MD

Para El Visitante

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