“Tierra a la vista”, gritó el marinero que bogaba con Colón en el trascendental viaje. ‘Intimidad a la vista’, hemos de gritar los que examinamos adónde apunta el ideal humano de la relación matrimonial. Y sí, hablamos de la sexualidad humana, que en la misión de la pareja cobra su expresión máxima y auténtica.
En esa expresión sexual se dará la comunicación más total de la persona. Pero hablamos más; hablamos de la compenetración de personas, que sobrepasa al sexo. Hablamos de encontrar en la realidad física del cónyuge el reflejo del propio yo. Y si de veras es reflejo, al yo no le oculto cosas; con el yo intimo, confío; ante ese yo muestro mi debilidad, mis sentimientos, mis lágrimas, que suelo ocultar ante otros. Recuerdo aquel ejercicio de un taller, en que debían escribir sus sentimientos sobre unos temas. Una señora ya mayor me expresaba admirada, agitándome el papelito: “No sabía que Julio tenía estos sentimientos.” Me quedé callado. Por dentro pensaba: Conoces su cuerpo después de tantos años y nunca has abordado su vida íntima
El matrimonio es una encarnación. Cuando Dios quiso comunicarnos su amor envió a Jesús para hacer carne ese amor. Jesús amó a la gente como Dios nos ama. Esta verdad aparece y reaparece en la Biblia como un estribillo. Dios nos ama sin que nosotros merezcamos ser amados. Nos ama aun conociéndonos íntimamente. De esa intimidad es que hablamos en un buen matrimonio. Según vamos transparentándonos el uno con el otro (hemos prometido amarnos en las buenas y en las malas) aprendemos a conocer y amar al otro/a con sus imperfecciones y faltas, y no removiendo estas. Entramos así en lo profundo de la comunicación, que son los sentimientos.
Puedes, sin duda, tener tus propios sentimientos y expresarlos: “Los sentimientos ni son buenos ni malos”. Pero la pareja, que no ha crecido tanto en su relación, se oculta. En lo físico se desnuda ante el otro, no en su alma. Le falta esta desnudez mayor: Desnudar ante el cónyuge los sentimientos. Compartir cómo me afecta el mundo externo y sus circunstancias. Es un Unamuno que, en una dolorosa crisis, se despierta ocultando su rostro lloroso sobre el seno de su esposa y clamando: “Madre, madre, sólo tú eres mi consuelo”. Recordaría, sin duda, sus momentos de niño angustiado refugiándose en el abrazo de su madre.
Esa intimidad no se les facilita a muchos matrimonios. Pero esa intimidad no es la que se tendría con las figuras del hogar. Si tu vives inseguro del amor de tus padres, puede ser que te cases para encontrar un amor paternal o maternal en tu pareja, y eso complica la relación. Muchas mujeres, creo yo, viven en búsqueda perpetua de una fuerte y nutritiva figura de padre. O varones que buscan en ella la deliciosa figura de la madre. En este punto no se pueden confundir niveles. Analiza qué sentimientos, deseos y pensamientos vienen desde dentro de ti y cuáles vienen desde tu pareja. Los encontronazos matrimoniales son frecuentemente reflejos más del pasado que del presente.
Hace poco Silverio Pérez publicaba una foto de su padre, de más de 100 años, arrullando a su esposa, la viejita de la cama, con sus tonadas de amor. Diría uno: Qué romanticismo de película podrá haber en esas dos personas, azotadas por la edad, las enfermedades, los trabajos. Ah, eso es haber llegado a intimidad. Haber logado lo más profundo de los que se casan. Qué pena que son muchos los que se quedan en la costra, en el romanticismo de honey moon que es fácil, y pasajero. Hay que bucear más adentro. Mar adentro.
P. Jorge Ambert, SJ.
Para El Visitante