Los íconos bizantinos son imágenes de la realidad: nos muestran cómo existe el mundo. No son solo una foto de un evento, ya que no todo lo representado sucedió a la vez. De esta manera, revelan el significado interno de un evento. La importancia simbólica en los íconos es más importante que la literal. La Iglesia nos invita a hacer teología, no a hacer una crítica histórica.
En el centro del ícono está el niño Jesús acostado en un pesebre. La Virgen María (Theotokos) está a su lado, acompañados por la mula y el buey detrás. El hecho de que Cristo haya nacido en una cueva no está en la Biblia, pero es una tradición antigua que se remonta a los primeros siglos. Está envuelto en ropa típica de un cadáver para presagiar su muerte. Su ubicación en una cueva también presagia la tumba en la que sería enterrado y de donde resucitaría.
Cuando Adán y Eva fueron creados, estaban “vestidos con la gloria de Dios”. Ese era su estado natural. Pero cuando cayeron en pecado, perdieron esta vestimenta de gloria y se dieron cuenta de su desnudez. Vestidos con pieles de animales (que representan la muerte), se exiliaron fuera del Jardín. Cristo, de igual manera, condescendió de su estado de gloria para hacerse uno de nosotros, envolviéndose en el pecado y la muerte de la carne mortal, como lo dicen las Escrituras: “A quien no cometió pecado, Dios lo hizo por nosotros reo de pecado, para que, gracias a Él, nosotros nos transformemos en salvación de Dios” (2 Cor. 5, 21).
Al centro del ícono observamos que, a diferencia de la mayoría de los íconos que presentan tanto a Cristo como a la Virgen María, ella no lo está mirando. En cambio, ella está mirando a su esposo José, intercediendo por él, quien aún dudaba cómo habría ocurrido la concepción.
La figura del anciano a su lado es el demonio que, por supuesto, está llenando su mente de todo tipo de dudas y probablemente de pensamientos de rencor. ¿Qué niño es este?, se pregunta José, ¿de quién es este niño? Ya que él sabía que ciertamente no era el padre. Sin embargo, se representa a José con una aureola sobre la cabeza, lo que indica su estado de santidad.
Cuando Dios se presenta en nuestras vidas, suelen surgir preguntas y dudas. Dios nos otorga su gracia de consuelo, pero luego parece retirarse un poco, permitiendo que las dificultades nos pongan a prueba y hagan que nuestra fe se profundice. Podemos preguntarnos por qué las cosas suceden así. Pero si perseveramos, tendremos un santo a quien podemos mirar como ejemplo cuando entremos en duda a lo largo del camino de la fe.
En la parte superior hay una mandorla azul que significa la presencia y la gloria de Dios. De ahí irradia rayos de luz desde los cielos, señalando al niño Cristo, que muestra su descendencia del cielo a la tierra.
A la izquierda, los tres reyes a caballo viajan desde lejos, siguiendo a la estrella en el cielo.
Los ángeles aparecen en los cielos contando las buenas nuevas a los pastores (a la derecha) en el campo para que puedan ver a este Niño Divino nacido en el pequeño pueblo de Belén.
Las mujeres en la parte inferior derecha son parteras que muestran que el Hijo de Dios realmente nació como un ser humano verdadero, y no solo en apariencia, como afirmaban algunas herejías de los primeros siglos. Vemos una fuente en la que están a punto de lavar al niño Jesús porque tuvo, como todos nosotros, un nacimiento ordinario.
Dr. Jorge Macías de Céspedes
Para El Visitante