(Homilía del P. Rubén Antonio González Medina, cmf. Obispo de la Diócesis de Caguas, en la Fiesta María, Madre de la Iglesia, Patrona de nuestra Diócesis y Primeros Votos de la Hermana Tania María.)
“Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús”.
Hechos 1,14
Queridos hermanos y hermanas:
Como una bendición de Dios en este Año de la Vida Consagrada, y en vísperas de culminar nuestro Año Mariano, el Señor nos regala esta noche la oportunidad de ser testigos de los votos monásticos que la hermana Tania María de la Comunidad contemplativa de Hijas de Santa María de la Ternura, fundada en nuestra querida Diócesis de Caguas, va a pronunciar.
Los textos bíblicos que la Iglesia nos propone al celebrar la Fiesta de nuestra Patrona, María, Madre de la Iglesia, nos dan una buena oportunidad para reflexionar brevemente sobre la dimensión contemplativa de la vocación cristiana.
En un documento emanado de la Congregación de Religiosos del año 1980, firmado por el venerado y recordado con cariño Cardenal Eduardo Pironio, se nos dice que: la dimensión contemplativa es radicalmente una realidad de gracia, vivida por el creyente como un don de Dios, que le hace capaz de conocer al Padre en el misterio de la comunión trinitaria, y de poder gustar “las profundidades de Dios”.
Se le describe fundamentalmente como la respuesta teologal de fe, esperanza y amor con la cual el creyente se abre a la revelación y a la comunión del Dios vivo por Cristo en el Espíritu Santo. Esto implica que: “El esfuerzo por fijar en Él (Dios) la mirada y el corazón, que nosotros llamamos contemplación, se convierte en el acto más alto y más pleno del espíritu, el acto que hoy todavía puede y debe coronar la inmensa pirámide de la actividad humana”.
Como acto unificante de la proyección del ser humano hacia Dios, la dimensión contemplativa se manifiesta en la escucha y meditación de la Palabra de Dios, en la participación de la vida divina que se nos transmite por los sacramentos, muy especialmente la Eucaristía, en la oración litúrgica y personal, en el deseo constante de Dios y la búsqueda de su voluntad, tanto en los acontecimientos como en las personas, en la participación consciente de su misión salvífica, en el don de sí mismo a los demás por el advenimiento del Reino. De ahí viene al cristiano y especialmente al religioso una actitud de continua y humilde adoración de la presencia de Dios en las personas, acontecimientos y cosas; una actitud que manifiesta la virtud de la piedad, fuente interior de paz y portadora de paz en cualquier ambiente de vida y de apostolado.
Todo esto se realiza a través de una progresiva purificación interior, bajo la luz y guía del Espíritu Santo, de modo que podamos encontrar a Dios en todo y en todos para llegar a ser alabanza de su gloria.
Es por eso, que me atrevo afirmar que la presencia de la Vida Contemplativa en la Iglesia, es su Corazón en este Cuerpo místico de Cristo que formamos todos. Pues las contemplativas, con su estilo de vida nos enseñan que Dios es tan grande, tan inmenso, que bien vale el reto de entregarle la vida que Él nos regaló primero, para que se consuma, sin ningún otro provecho, en su honor, en total abandono y desprendimiento, por pura adoración, por puro amor al Amor, sin buscar más motivos: que vivir para DIOS, porque, como bien decía Santa Teresa de Jesús: “Solo Dios basta y quien a Dios tiene nada le falta”.
Desde esta clave unificadora es que estas hermanas, a las que conocemos como Hijas de Santa María de la Ternura, han descubierto su vocación específica de servicio en nuestra Iglesia Particular de Caguas.
Su estilo de vida, acogedor y sencillo, comienza diariamente con la escucha atenta y silenciosa de la palabra de Dios, que las convoca a la alabanza y las invita a interceder por las necesidades de la humanidad. Imitando a la Virgen María, a quien veneran con la hermosa advocación de Madre de la Ternura y su total entrega al Dios de la vida, intentan desde su pequeña comunidad ser parábola de comunión que hace brillar en medio del pueblo la memoria alegre y festiva del amor tierno y compasivo de nuestro Dios. Porque como reza un hermoso canto: Dios es ternura, Dios vive en ti, atrévete a amar; Dios es ternura, no hay porqué temer.
Estas palabras y este estilo de vida son las que han cautivado a la Hna. Tania, joven Maunabeña que ha decidido vivir la radicalidad de su bautismo en esta pequeña comunidad monástica. Me atrevo a decir, con gran alegría, que es el primer fruto de esta naciente comunidad monástica diocesana, que comienza a tener rostro de Iglesia Criolla.
Hermana Tania, en breves momentos pronunciarás tus votos monásticos, con los que consagrarás tu vida a Dios, para servirle desde el silencio oblativo. Vivirás en el anonimato, escuchando su palabra, dedicada a la oración y a la contemplación. En esta comunidad no hay aplausos, ni reconocimientos. Tu apostolado no brillará, porque no se verá, incluso ni sabrás en dónde o en quién recae el fruto de tu oración. Ahora bien, puedes estar bien segura de que nada de cuanto vivas, sufras, goces y ofrezcas se perderá. Porque Dios lo recoge todo y va dando a cada uno lo que necesita; dicho de otro modo: en el Corazón de Dios se irá almacenando tu vida hecha oración, y allí Él la transformará en Gracia que irá derramando en bendiciones, según convenga, sobre la humanidad.
Recuerda que la vida que has escogido solo se entiende desde la fe, y que para muchos será una vida inútil y sin sentido, porque mientras en nuestra sociedad se busca brillar y resplandecer, tú has optado por vivir oculta en el anonimato de una pequeña comunidad monástica, donde se vive solo para escuchar y servir a Dios. Así, como la gota de agua que se vierte en el cáliz de la Eucaristía y se mezcla con el vino, tu vida se convertirá en un acto continuo de adoración, dando desde el silencio contemplativo testimonio de la supremacía de Dios y de la total validez de su Amor como Valor Absoluto que llena de plenitud la vida.
¡Ánimo! Que el Señor, por los ruegos maternales de la Virgen María, que ha comenzado en ti esta obra buena, Él mismo la lleve a feliz término, para que, como rezamos en la plegaria eucarística: Te trasforme en ofrenda permanente, y puedas gozar un día de su heredad junto con sus elegidos.
¡Alabado sea Jesucristo, que es el mismo, ayer, hoy y siempre!