Tras el paso del huracán María, hemos escuchado frecuentemente la palabra resiliencia, haciendo referencia a la capacidad de nuestro pueblo de afrontar la adversidad y superar los efectos emocionales, económicos y físicos, que ocasionó ese evento natural, fuera de nuestro control. Nuevamente volvemos a escucharla al afrontar los efectos de los frecuentes movimientos telúricos en el área sur de nuestra Isla. El término nace de la sicología y comprende tres aspectos del comportamiento humano: la capacidad de algunos individuos de derrotar la adversidad; la capacidad de mantenerse funcionando eficientemente a pesar del estrés continuo y la capacidad de recuperación después de un trauma.
Los estudios sicológicos en torno al tema se han orientado a identificar cuáles son las características que hacen que un individuo demuestre resiliencia. Estos estudios se han enfocado en identificar situaciones estresantes, como guerras, abuso doméstico, orfandad, que deberían limitar el sano desarrollo de niños. Luego de evaluar los comportamientos de los individuos bajo estas situaciones extremas, uno de los más importantes estudiosos del tema, Boris Cyrulnik, explica que: “En sicología nos habían enseñado que las personas quedaban formadas a partir de los 5 años. Los niños mayores de esa edad que tenían problemas eran abandonados a su suerte, se les desahuciaba y efectivamente estaban perdidos. Ahora las cosas han cambiado: sabemos que un niño maltratado puede sobrevivir sin traumas si no se le culpabiliza y se le presta apoyo”. Concluye, que la clave de la resiliencia se encuentra en la solidaridad y el apoyo. De acuerdo a Cyrulnik “la resiliencia se teje: no hay que buscarla solo en la interioridad de la persona ni en su entorno, sino entre los dos, porque anuda constantemente un proceso íntimo con el entorno social”.
La resiliencia permite que la persona distinga entre bienestar (que abarca la capacidad de satisfacer las necesidades físicas) y la felicidad (que abarca el componente emocional del individuo). Ser feliz es una forma de ver e interpretar la vida, reconociendo que no se pueden controlar todos los eventos, pero que ante las circunstancias adversas podemos salir fortalecidos. La resiliencia es sinónimo de bienestar emocional y felicidad ante toda circunstancia.
La Doctrina Social de la Iglesia, construida sobre los principios del Evangelio, nos muestra que el camino hacia la plena felicidad humana se encuentra en la fe y la esperanza. Estas dos virtudes proveen las herramientas para hacer frente a los desafíos de los tiempos, en una constante renovación, buscando la creación de una sociedad digna de todas las personas (Compendio de Doctrina Social, 579). Coincide en señalar, al igual que los estudios en la sicología, que la solidaridad es clave para lograr vencer todas las circunstancias y alcanzar la plena realización del hombre.
Para nosotros los cristianos hablar de resiliencia es hablar de fe. La fe es un don, por la cual somos capaces de reconocer a Dios, ver su mano en cuanto nos sucede y ver las cosas como Él las ve. La fe representa la confianza en el poder, la misericordia y la perfección del plan de Dios para nuestras vidas. La fe pone su foco en Dios, y no en nosotros mismos. Esta fe se ilumina por la esperanza, por medio de la cual confiamos firmemente en alcanzar la felicidad eterna y los medios para ello y se anima por la caridad, que nos lleva a darnos a los otros.
En las situaciones y pruebas que hemos tenido que afrontar como país han destacado estas virtudes, que Dios ha instalado en el corazón de todos los bautizados, como dones preciosos para que los hagamos crecer en nosotros. Nuestra resiliencia como pueblo, nace de nuestra cosmovisión cristiana, que en tiempos difíciles prevalece, a pesar del constante asedio del secularismo. Vivir las virtudes que Dios nos da: fe, esperanza y caridad, es lo que nos da la resiliencia.■
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Nélida Hernández
Consejo de Acción Social Arquidiocesano
Para El Visitante