La zozobra que nos provoca esta situación dirige una pregunta directa a nuestra razón, ¿cómo vivir la fe en estos tiempos? Gracias a nuestro bautismo Dios ha sembrado este don en nuestro corazón. Lo experimentamos como una pequeña semilla que habla en nuestra conciencia y nos dice que cada uno vive para Él (cf. Rm 14,8). En «Dios vivimos, nos movemos y existimos» (He 17, 28). Esa pertenencia la ha cultivado nuestra familia junto con nuestra Madre, la Iglesia, que nos han enseñado a conocer y vivir nuestra unión filial con Cristo en esta porción del universo que es nuestra querida Isla, nuestro archipiélago.
Vivir la fe en tiempos del Coronavirus nos exige cultivar esa semilla que hay en nuestro corazón. ¿Cómo hacerlo? De frente a las posibilidades de mi vida como padre, madre, hijo, hermano o hermana, sacerdote, religioso u obispo, me pregunto, ¿cómo puedo conocer más a Dios y hacer su voluntad?, aquí y ahora en medio de esta crisis, ¿qué puedo y debo hacer por mí y por los demás para que conozcamos y amemos a Dios, para que protejamos el don de la vida, para no exponerme y arriesgar a otros a un contagio?, ¿qué puedo hacer aquí y ahora para que mi fe actúe en la caridad? (cf. Gal 5,6). ¿Cómo puedo profesar mi fe ahora en medio de este ayuno eucarístico? ¿cómo puedo hacer para que mis decisiones personales, familiares, sociales y pastorales sean justas y prudentes? (Rm 1,17).
La fe siempre nos llama y genera creatividad. Esa semilla hay que hacerla brotar en nuestro corazón a través de la oración personal, deseando unirme más a Dios a través de la comunión espiritual. Ahora que tenemos más tiempo en casa con nuestras familias, dediquemos un espacio a enseñar a rezar a los más pequeños, a que conozcamos juntos la palabra de Dios, pongamos en práctica las devociones populares como el santo rosario y el viacrucis en esta Cuaresma. Que nos atrevamos a conocer la vida de un santo; hay cientos de películas al respecto que nos puede unir en familia y hacernos crecer en santidad. Que tengamos la valentía de orar en familia, aprender a bendecir los alimentos, a orar antes de ir a la cama. Que bueno que en aquellas familias donde vivan los abuelos, deseemos aprender sobre las experiencias de su vida, ¿cómo se conocieron?, ¿cómo ha sido su experiencia de fe?, ¿cuáles han sido los momentos más difíciles y bellos de su vida?, ¿cómo han podido amar a Dios y al prójimo en medio de las dificultades? Es un tiempo propicio para conocernos más y a hacer aquellas preguntas y cosas que siempre hemos querido vivir y hacer con los nuestros.
Es necesario que cultivamos esa fe con la paciencia y el respeto. Ahora que estamos más tiempo juntos, nos damos cuenta que todo lo que somos y tenemos es un regalo, nuestra fe, nuestra familia, la vida, el trabajo, los amigos, etc. Por tal razón, aprovechemos este único momento de la historia para unirnos más, para cultivar y apreciar esos regalos. Ahora que nos vemos más a menudo en casa, démonos a la tarea de compartir mejor las tareas de la cotidianeidad con creatividad, sorpresa y generosidad. Que podamos hablar más mirándonos a la cara, conectando nuestras miradas, nuestras palabras y nuestros corazones más que nuestros celulares, «tabletas» y televisores. Vivir una Cuaresma familiar haciendo justas decisiones, pequeños sacrificios y teniendo disponibilidad para ayudar en lo necesario. Éste es un momento propicio para la reconciliación, por ello, sería importante preguntarme, ¿cuándo ha sido la última vez que he reconocido un error en la casa y he pedido perdón a mis padres, mis hermanos, mis hijos, mis abuelos, etc.?
Recordemos que somos imperfectos y que bajo las nuevas circunstancias de cuarentena que estamos viviendo, es inevitable que en algún momento nos pongamos inquietos e irritables. Estos momentos requerirán de cada uno de nosotros y nosotras la disciplina emocional para controlar nuestras frustraciones y evitar confrontaciones.
A todos en casa y en Puerto Rico nos une Cristo, éste es el origen de la humanidad y el universo, por quien todo fue hecho; pues todo fue creado por medio de él y para él. (cf. Col 1, 16-17). Los invito a tener la valentía y la humildad de ser propositivos y proactivos, la fe no debe avergonzarnos, antes bien, debe darnos la valentía y la humildad de unir en el amor nuestra familia y así Puerto Rico será más solidario. Por eso los invito a orar conmigo: «Señor, auméntanos la fe» (cf. Lc 17, 5).
Nota: Fragmento de la Carta Pastoral (11-15): La fe, la esperanza y el amor en los tiempos del coronavirus del Arzobispo Metropolitano de San Juan.■
Mons. Roberto Octavio González Nieves, O.F.M.
Arzobispo Metropolitano de San Juan