Homilía de la Eucaristía Crismal


“Cantaré eternamente tu amor, Señor”, (Sal 88).

Queridos, hermanos y hermanas el domingo pasado nos congregamos en cada comunidad de nuestra querida Diócesis de Ponce, para iniciar junto a la Iglesia extendida por el mundo, las grandes fiestas pascuales.

La procesión de ramos que realizamos era una expresión pública de nuestra fe en Jesucristo, el Hijo del Dios bendito, “el Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de reyes.  El que nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio de su sangre, que ha hecho de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, el que un día vendrá a buscarnos y a quien, en esta noche, como Iglesia Diocesana, ¡damos gloria y alabanza por los siglos de los siglos! Amén”.

En esta Eucaristía Crismal celebramos la fiesta de la unidad diocesana, todos nosotros, laicos y ministros ordenados formamos para del cuerpo de Cristo.  Cada uno, con los dones con los que Dios nos ha enriquecido colabora en la obra de la salvación iniciada por el Señor Jesús.

Nosotros y nosotras llamados como los discípulos “a remar mar adentro”, nos disponemos esta noche, como pueblo de Dios a renovar nuestra misión de ser colaboradores de Jesucristo en su obra evangelizadora, es por eso, que con fuerza les invito a decir; “en tu nombre, Señor, echaremos las redes”.

También esta noche es la fiesta de la fidelidad sacerdotal, damos gracias a Dios por nuestros presbíteros, hombres que hacen presente a Jesús el Buen Pastor en nuestras comunidades, hombres que han entregado su vida al servicio de Dios y de su pueblo, hombres que en medio de sus debilidades, limitaciones y pecados nos enseñan a vivir el evangelio.  Esta noche seremos testigos de la renovación de una gozosa y total fidelidad a Dios, a la Iglesia y a la humanidad.

Igualmente es la fiesta de la bendición de los óleos y la consagración del santo crisma, a través de los cuales se seguirá construyendo la unidad diocesana, el Pueblo Santo de Dios, la Iglesia.

Queridos hermanos presbíteros, les recuerdo algunas de las palabras que les compartí la semana pasada en nuestro encuentro, tengan presente que “nuestra vocación, consagración y misión nos exige una perfecta configuración con Cristo Cabeza, Sacerdote y Pastor.  Sean Presbíteros enamorados de Jesucristo, que viven su identificación con Él como centro que unifica toda la existencia y ministerio.  Presbíteros fieles a su misión. Pastores que vivan una verdadera conversión pastoral, Presbíteros que hacen de su existencia una ofrenda agradable al Padre, un don total de sí mismos a Dios y a la humanidad, siguiendo el ejemplo de Jesús, Buen Pastor, de esta manera sus vidas podrán ilusionar a los seminaristas en el seguimiento radial de Jesucristo y, además, suscitar en los jóvenes el deseo de entregar su vida al Señor y a los hermanos por el camino del sacerdocio.

Vivimos en un tiempo apasionante. No tengamos miedo de dar lo mejor de nosotros mismos. Es la hora de la fe.  Es la hora de la confianza del Señor que guía la barca de su Iglesia, ahora por medio del Sucesor de Pedro el Papa Francisco, que nos envía a remar mar adentro y a seguir echando las redes.  Cristo es también el sembrador, que siembre la buena semilla de su Palabra en los corazones de los hombres y mujeres de hoy.  Echemos en su nombre las redes.  Él nos dará la redada de peces y la cosecha de espigas”.

Queridos pastores, querido pueblo de Dios, en vísperas de celebrar la Santa la Pascua, guiados por la Palabra de Dios, les invito a reflexionar serenamente sobre el estilo pastoral que queremos implantar en nuestra querida Diócesis de Ponce.  Al igual que el Papa Francisco, sueño con una Iglesia que sigue con audacia los pasos de Jesús, el ungido del Padre, que asume la consigna de ser Iglesia en salida Iglesia Misionera, que desde Galilea se lanza a las calles para anunciar con alegría y audacia el amor tierno y misericordioso de nuestro de Dios.

Les invito a ser Evangelizadores con Espíritu, hombres y mujeres que oran y trabajan en comunidad.  Iglesia generosa que acoge sin distinción, vive con libertad, integridad y lealtad y va sembrando en medio de los más vulnerables, la esperanza y la alegría.  Iglesia que hace presente el Reino de Dios. Iglesia que tiene corazón de Madre y tiene las ventanas y las puertas abiertas, para acoger y recibir, para sumar y no restar, multiplicar y no dividir. Iglesia que se siente familia, comunidad, pueblo en marcha, solidaria, samaritana, pascual y misionera.

Sí, salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo como nos indica el Papa Francisco, porque: “Es mejor ser una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”.

No debemos ser una Iglesia preocupada por ser el centro, que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos.  Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida.  Más que el temor a equivocarnos nos debe mover el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Denle ustedes de comer!» (Mc 6,37), EG 49.

Es hora hermanos y hermanas, de dar un paso adelante en nuestra acción evangelizadora, en víspera de la Santa Pascua, les exhorto a que con sinceridad de corazón y confianza le digamos una vez más esta noche al Señor que estamos dispuestos y decididos a seguir adelante, y que “en su nombre echaremos las redes”.

Que la mujer del corazón del fuego, Santa María de Guadalupe, patrona de nuestra querida Diócesis de Ponce, nos alcance de su Divino Hijo Jesús, la Pasión del joven enamorado, del anciano sabio, pasión que transforma las idea en utopías viables, pasión en el trabajo de nuestras manos que nos convierte en continuos peregrinos en medio del mundo. Sí, que Santa María de Guadalupe nos alcance Pasión, Sí pasión evangelizadora.

¡Alabado sea Jesucristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre!

P. Rubén Antonio González Medina, cmf,

Obispo de la Diócesis de Ponce

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