[Best_Wordpress_Gallery id=”6″ gal_title=”Historia de Luis Angel Pérez”]

Luis Ángel Pérez es un líder católico que ofrece su servicio comunitario en el barrio Amelia del municipio de Guaynabo. Ya sea con la Tropa 168 de niños escuchas o con vecinos del sector, es frecuente verle activo en semana santa y navidad cuando renueva su misión de llevar a Cristo a través del arte a toda persona que se cruce en su camino. Y quienes le han visto moviendo corazones y voluntades en esa dirección saben que su paraplejia no ha impedido el desarrollo de su apostolado. Aunque él puede mover sus brazos y se moviliza en una silla de ruedas eléctrica lo cierto es que del cuello hacia abajo su cuerpo no responde.

Luis quedó parapléjico hace 18 años, en el 1997. Sobre el acontecimiento que le cambió la vida recuerda: “Yo quedé parapléjico porque un nene -porque era un nene-, me hizo un carjacking. Él, entiendo yo, no tuvo las oportunidades que tienen los muchachitos que están en la tropa. Entonces, para ser parte de la solución, de la respuesta y no de la crítica, eso es lo que me mueve a ser parte del escutismo”.

Pérez reconoce que no fue fácil perdonar a su agresor: “Cuando yo estaba en el proceso de rehabilitación me encontraba bien deprimido y amargado. Y con el tiempo me di cuenta de que yo tenía que enterrarlo simbólicamente porque ese odio era una piedra, un escollo en el camino. Lo que pasa es que odiar a alguien es como tragar veneno y esperar a que el otro se muera por ese veneno que tú te estás tragando. Por eso tenía que sacarlo de mi mente y perdonar para poder moverme hacia adelante”.

Muchas fueron las pruebas que fue enfrentando en el camino de recuperación, uno que no estaba exento de regresar a los hospitales por complicaciones de salud. En una de esas ocasiones tuvo que combatir una septicemia que le llevó hasta el extremo de sus fuerzas, particularmente cuando el médico que le atendía le manifestó que no sabía qué más hacer para librarle de la infección que atacaba su cuerpo. “¿Quieres que ore?”, le preguntó el doctor a lo que el propio Luis, sorprendido, asintió.

Esa noche, en la que un tío se quedaba asistiéndole en el cuarto, reflexionaba silenciosamente sobre lo acontecido: “En ese momento me di cuenta de que yo estaba en las manos de Dios. Punto. Cuando el doctor me dijo eso me di cuenta de que él no podía hacer nada y yo no podía hacer nada. Entendí que solo Dios era quien podía tener una decisión, y por eso le oré y le dije: ‘Yo soy un hombre y esto no lo aguanto. Esto es muy fuerte para mí. Si me voy a morir, llévame contigo. Si es tu voluntad sácame de este calvario. Pero si yo no me voy a morir, que mi tío que está durmiendo me diga algo que me dé fe’. Y no pasaron dos minutos cuando mi tío me dijo: ‘¡Luis, Luis, el Señor acaba de estar aquí!’. Él tuvo una visión de que vio a Jesús acercándose a mi cama, vio como las sandalias y el manto. Y lo dijo: ‘¡El Señor acaba de estar aquí!’. Y yo le dije: ‘Pues mira tío, yo estaba orando en mi mente. Y eso que me dices significa que yo no me voy a morir’. Ese mensaje por medio de mi tío me llenó de fe”.

Y con esas situaciones extremas experimentadas Luis Pérez ha fortalecido su fe: “Después de todo, Dios está en control de todas las cosas. Nosotros en nuestra mente finita no podemos siquiera imaginar en ocasiones cuál es su plan. Lo interesante de esto es que sea cual sea su plan, en ese sentido es perfecto. El plan nosotros no lo vemos en ese momento y a veces hasta renegamos. Decimos: ‘¿Dios mío, pero por qué?’. Pero realmente debemos decir: ‘¿Para qué?’. Cuando comenzamos a preguntar ‘¿para qué?’ en vez de ‘¿por qué?’ las respuestas comienzan a llegar”.

Y este camino Luis lo ha logrado recorrer gracias a su familia y amistades. Tiene 22 años de matrimonio con su esposa Annette Marrero, y la bendición hogareña se completa con sus dos hijos: Alek y Nathaniel. Por niños como sus hijos Luis colabora cada año en dos proyectos que son esperados por todos en Amelia. El primero es una producción navideña que tiene como protagonista a don Paco, un jibarito: “Don Paco es un personaje que se crea a partir de una reunión grupal. Y todo comenzó porque un niño se le acercó a Julio García, líder de la tropa, en medio de esas actividades navideñas cuando traíamos a Santa Claus, y le preguntó: ‘¿Por qué Santa Claus si aquí no hay nieve para que el trineo aterrice?’. Y nos dimos cuenta de que hacía falta un personaje autóctono que representara nuestra cultura, una especie de Papá Noel criollo. Tomando eso en cuenta lo fuimos conceptualizando. Y en esa historia quien le presenta a don Paco, el Gran Jibarito todo lo que tiene que ver con su encomienda es el niño Dios”.

El segundo proyecto que Luis promueve en la comunidad se escenifica en el parque del barrio el Viernes Santo: “En el 1990 dirigí la obra por primera vez. Luego han venido otros directores y me he quedado en la parte de escribir. Siempre el libreto se centra en la vida, pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Y en esa historia central incluimos otras historias que corren paralelas. En un año incorporamos la historia de Artabán el cuarto Rey Mago, en otro año incluimos a una familia del siglo XXI”.

Este líder piensa que el reto mayor que enfrenta la familia actualmente es la individualidad: “Creo que todo gira en torno al individualismo, uno en el que la gente tiene que hacer las cosas solas. Un estilo de vida que se ha exportado a todos los sectores de la sociedad incluyendo a la familia. Y, sin embargo, la familia es realmente un colectivo, simbiótico e interdependiente. Un colectivo donde unos dependen de otros y en el que unos aprendemos de otros”.

Luis Pérez también relató a El Visitante su experiencia como persona que día tras día tiene que enfrentar barreras arquitectónicas, las que describe como una aventura. Al respecto manifiesta: “¿Y por qué digo que es una aventura? Porque yo no sé con lo que me voy a encontrar. Generalmente cuando tú vas a un lugar, esperas que en ese lugar ocurran las mismas cosas. Cuando te levantas por la mañana y vas a tu trabajo esperas que tu auto esté en el lugar que tiene que estar. Pero la diferencia con las personas que están en silla de ruedas o que tienen algún tipo de impedimento físico, es por el hecho de que ‘probablemente’ fulano no se dio cuenta, pero bloqueó la rampa. Entonces me obliga a llegar a la otra esquina porque yo no puedo levantar las piernas y subir a la acera. Yo tengo que ir hasta la otra esquina para poder acceder a la próxima rampa disponible, por mencionarte un ejemplo. O personas que sencillamente se estacionan bloqueando todo. Estas situaciones son como si trataras de entrar a tu casa después que han construido al frente una pared de ladrillos de 15 pies y te digan: ‘Bríncala’. Ese es básicamente el sentimiento”.

Pérez señala además que estos males se han generalizado y trascendido hacia otros sectores de la sociedad: “Eso va también para las instituciones, los comercios y sus directores, quienes piensan que ya con poner una barra de apoyo en el baño lo hacen accesible cuando en realidad el mismo no cuenta con las medidas mínimas. Yo he estado en restaurantes en lo que no he podido ni entrar al baño a lavarme las manos porque las puertas son de 24 pulgadas (ya que el ancho de la silla de ruedas es mayor). Entonces pienso que en ese lugar hay desconocimiento. Y uno comenta algo de eso con los administradores. Pero si la persona vuelve el próximo mes y sigue teniendo el problema ya no es desconocimiento. Sencillamente le sale muy caro o no le es costo efectivo el poder cumplir con la ley. Y lo triste es que a las agencias a las que les compete esto no les importa, porque si les importara hicieran algo”.

Sobre la Oficina del Procurador de las personas con impedimentos opina: “Me gustaría pensar que es que el personal no da abasto para poder cubrir las querellas de todas las personas que de una manera u otra emiten un grito de queja por las situaciones particulares que nos afectan”.

Pero la fe de Pérez le da fuerzas, le hace persistente y decidido, lo que también le ha permitido sentir la presencia de Dios en su vida, experiencia que cuando la siente le ha llenado de una paz increíble que disipa todas sus preocupaciones. Y al estar consciente de que Dios está con él, no claudica a la hora de enfrentar la ‘aventura’ de turno y renovar su servicio. “Una vez le escuché decir a una persona que el servicio comunitario es la renta que tú pagas por vivir en el planeta. El servicio que se da deja resultados pues, como dice la oración de San Francisco de Asís, dando es como se recibe. Yo creo que en dar es que radica la felicidad”, sentencia.

Luis Ángel Pérez quiso concluir esta conversación con la siguiente anécdota. En una de sus convalecencias hospitalarias tuvo como libro de cabecera la biografía que realizó el Padre José Luis Martín Descalzo sobre Jesucristo. Noche tras noche fue leyendo el voluminoso libro que le permitió entender mejor la misión de Cristo: “Ese libro de Martín Descalzo me arrojó luz de lo que realmente estaba ocurriendo en ese momento de angustia cuando el Señor ora en Getsemaní. Jesús tuvo que hacer suyos los pecados de la humanidad para que murieran con Él en la cruz. Y hacerlo implicaba que Él iba a cargar con todos los asesinatos, con las violaciones, con las transgresiones, con los abusos, con los genocidios. Jesús tuvo que cargar con todo eso y ese era su gran sufrimiento. Cuando en Getsemaní Él decía: ‘Padre, yo no puedo con este cáliz. Quita de mí esta amargura’. No era por los golpes que le iban a dar, era por todos los pecados que Él estaba cargando para poder redimirnos. Entender eso fue un shock para mí, pero me hizo mucho sentido; entender la naturaleza de su misión. Porque Él siendo un alma pura tuvo que cargar con los pecados; ensuciarse para poder redimirnos. Y ahí es donde radica su sacrificio”.

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