(Tercero de una serie sobre los pecados capitales)
“La persona es la medida de la dignidad del trabajo”, (DSI, 271).
Pereza consiste en la vagancia de ánimo para obrar correctamente, en materia de moral, es un apetito desordenado y voraz por descansar, ser ocioso, reposar o “dejarlo todo para después”. Así lo dejó claro Mons. Juan Rodríguez Orengo, vicario de Pastoral de la Diócesis de Ponce, al hablar sobre este pecado capital. Los alérgicos al trabajo o a cualquier esfuerzo están expuestos a cometer otras faltas por la pereza corporal o espiritual.
“No cumplir con mis deberes en el trabajo. Poncho, hago la mitad y lo demás lo hago después -es mentir y robar-. Hacer las cosas de forma mediocre, estar harto o aborrecido del trabajo”, comentó sobre varias de las expresiones populares que manifiestan pereza.
Reconoció que visto desde los cinco desafíos producto de los Encuentros Nacionales de Pastoral, la pereza impacta cada uno de ellos, según explicó el Vicario. En la familia y el matrimonio se traduce en el abandono físico o dejar de acompañar a la pareja; también en el abandono del hogar, del cuidado de los hijos o en la falta de oración con los niños. En el caso de la juventud, no enseñarles a desenvolverse en la vida. No educar correctamente, no corregir en el momento debido o no ayudar en el proceso de la educación se suman a la lista. En la salud, ser descuidado, desatender o ignorar medicamentos o síntomas. Y en la pobreza, “dejarse decaer porque no se consigue trabajo, la actitud de brazos caídos. Vivir la miseria por dejadez”.
La virtud que contrarresta pereza es la diligencia (del latín diligentia); es ese despertar a lidiar con tal situación con prontitud y en la búsqueda de los medios para atenderla. De hecho, la Real Academia Española, la define como prontitud, agilidad y prisa. El sinónimo a nivel social es el trabajo.
“No se trata de dejar todo en las manos de Dios y no mover un dedo. ¡A Dios orando y trabajando! El trabajo es fuente de bienes y bendiciones. Con él se sustenta el hogar y la familia”, argumentó Mons. Rodríguez Orengo.
Ante el cuestionamiento coloquial de quién inventó el lunes, criticó “el mismo que inventó el martes: Dios”. Insistió en que el tiempo es un tesoro que se debe maximizar, aprovechar y no malgastar; e invitó a dar el 100 % en todo momento, con los cinco sentidos y los que tienen trabajo valorarlo, los que no renovar sus energías para no desanimarse en la búsqueda.
En una mirada radical, el sacerdote invitó a reflexionar sobre el trabajo tan importante y digno del basurero. Sin ellos las comunidades tendrían serios problemas de salud pública. ¿Qué ocurriría si ellos trabajaran de forma mediocre? “Y cuando piden aguinaldo apagamos la luz…”.
El materialismo de ver en dólares y centavos la bendición del trabajo solo es un obstáculo para la diligencia; la prestación monetaria no debe indicar la motivación o el ímpetu de las funciones, dato que advierte Laborem Exercens (núm. 13), documento que catequiza sobre el llamado al trabajo. Además, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia orienta sobre la dignidad, el deber y el derecho del trabajo.