Este domingo, tomando como punto de reflexión la frase del salmo 24, “El Señor indica a los pecadores el sendero”, le pedimos al Buen Dios que nos descubra la ruta que hemos de seguir para poder, durante este Año Jubilar, experimentar su misericordia y actuar conforme a ella.

La falta de verdaderos profetas es una necesidad urgente en nuestra sociedad y en nuestra Iglesia. Hacen falta hombres y mujeres audaces que con sus intuiciones y acciones abran nuevos caminos que rompan el conformismo con un mundo injusto y deshumanizador. San Pablo nos indica las tres cualidades de un buen profeta: (1) estar lleno del amor misericordioso de Dios, (2) presentarse lleno de conocimiento y finura de espíritu, (3) saber apreciar los verdaderos valores.

Las Sagradas Escrituras nos recuerdan que los verdaderos profetas han sido siempre los que vienen a iluminar el proyecto de Dios y su plan de salvación, y lo hacen desde la experiencia personal de una vida interior profunda y llena de fe; y desde una acción muy atrevida de liberación a las personas, mediante la denuncia de todos los lazos de esclavitud que las anulan.

Este domingo Juan Bautista es presentado como el profeta que indica a los pecadores el sendero que han de seguir. Y con palabras del profeta Isaías es: “voz que grita en el desierto: preparen el camino, allanen sus senderos”.

¿Qué quiere decir Voz que grita en el desierto? En la Iglesia son muchos los que al escuchar estas palabras, piensan solamente en el mundo actual como el desierto en el que no sirve gritar porque nadie nos escucha. Quizás nos conviene pensar que tal vez los que no escúchanos somos nosotros, porque huimos de hacer en el desierto silencio… El desierto tiene la gran virtud de enseñarnos aquello que es esencial para sobrevivir. Por eso, quizás nuestro gran error consiste en exigir a los demás aquellas cosas que no son tan esenciales…

Hoy, como insiste el Papa Francisco, tenemos que hacer visibles el amor y la bondad de Dios. Es importante que busquemos y trabajemos construyendo nuevos caminos. Necesitamos pasar de una Iglesia que tantas veces ha buscado senderos para alcanzar poder, a una Iglesia que -por vía del servicio, la sencillez y la cercanía del pueblo- trabaje por la liberación de aquello que encadena a las personas, que no es otra cosa que los abusos de los que tienen y organizan el poder.

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