Según el diccionario, del latín desiderium, deseo, es la acción y efecto de desear, anhelar, sentir apetencia, aspirar a algo. El deseo, por lo tanto, es el anhelo de cumplir una voluntad o saciar un gusto. Es añorar algo y deleitarse en ello.
Está claro, que así como nosotros somos capaces de tener peticiones y anhelos, nuestro Señor también los tiene. Pero este deseo es del modo más perfecto, profundo y real. Demostrado y revelado desde la creación, podemos resumir que el principal anhelo del corazón de Dios somos todos y cada uno de sus hijos llamados a la salvación y a la plenitud de su amor. En el Evangelio, Jesús, con sus palabras y acciones, nos revela constantemente la verdad sobre el deseo por las almas, mostrando el celo y el anhelo que brota de su corazón. Hoy día, a través del mensaje de la Divina Misericordia transmitido al mundo por medio de Santa Faustina Kowalska, Jesús insiste en que le conozcamos tal y como es Él, el amor y la misericordia misma, confiándole nuestras vidas y cumpliendo su voluntad, la que muchas veces nos presenta según sus deseos.
En el Diario La Divina Misericordia en mi alma al menos 76 veces Jesús menciona la palabra “deseo”. Aunque Él manifiesta sus peticiones e instrucciones de varias formas, cuando utiliza esta palabra transparenta su sensibilidad y ternura, expresando a su vez el efecto y la complacencia que le causaría el que cumplamos su deseo. He aquí algunos ejemplos: “Contémplame y vive según esto; deseo que penetres más profundamente en Mi espíritu y [tengas presente] que soy manso y humilde de Corazón” (D. 526). “Deseo que el mundo entero conozca Mi misericordia; deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en Mi misericordia” (D. 687). “Deseo unirme a las almas humanas. Mi gran deleite es unirme con las almas” (D. 1385). “No quiero castigar a la humanidad doliente, sino que deseo sanarla, abrazarla a Mi Corazón misericordioso” (D. 1588). “Me queman las llamas de compasión, deseo derramarlas sobre las almas de los hombres. Habla al mundo entero de Mi misericordia” (D. 1190). “He aquí las palabras para ti, haz todo lo que está en tu poder en la obra de Mi misericordia. Deseo que Mi misericordia sea venerada; le doy a la humanidad la última tabla de salvación, es decir, el refugio en Mi misericordia” (D. 998) .
Dentro de los deseos de Jesús más significativos, en cuanto a la Divina Misericordia, es la institución de la Fiesta de la Misericordia. Esta tiene un rango muy alto por la magnitud de las promesas y su posición en la liturgia de la Iglesia. “Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel, sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia” (D. 49). “A través del Verbo Encarnado doy a conocer el abismo de Mi misericordia” (D. 88).
En diversas apariciones, el Señor manifestó, no solo cuándo debía celebrarse la fiesta en el calendario litúrgico de la Iglesia, sino también el motivo y el propósito de su institución. En su deseo expresó cómo preparar la fiesta y cómo debía ser su celebración, enfatizando en que la Imagen fuera venerada y que en ese día los sacerdotes hablen a las almas sobre su insondable Misericordia. “Pide a Mi siervo fiel que en aquel día hable al mundo entero de esta gran misericordia Mía; que quien se acerque ese día a la fuente de vida, recibirá el perdón total de las culpas y de las penas” (D. 300).
Jesús reveló grandes promesas asociadas con la fiesta, principalmente la gracia “del perdón total de las culpas y de las penas”, relacionada con la Santa Comunión recibida en este día después de una buena confesión y vivida en el espíritu de la devoción a la Divina Misericordia, con una actitud de confianza hacia Dios y de tener misericordia con el prójimo.
“Hija Mía, mira hacia el abismo de Mi misericordia y rinde honor y gloria a esta misericordia Mía, y hazlo de este modo: Reúne a todos los pecadores del mundo entero y sumérgelos en el abismo de Mi misericordia. Deseo darme a las almas, deseo las almas, hija Mía. El día de Mi Fiesta, la Fiesta de la Misericordia recorrerás el mundo entero y traerás a las almas desfallecidas a la fuente de Mi misericordia. Yo las sanaré y las fortificaré” (D. 206). “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores… La Fiesta de la Misericordia ha salido de Mis entrañas, deseo que se celebre solemnemente el primer domingo después de Pascua” (D. 699). “Mi corazón se regocija de esta Fiesta” (D. 998) .
Celebrar su Misericordia es honrarle, es alabar y agradecer la máxima expresión de su Amor. Es un tesoro incalculable, por lo que nos corresponde a todos abrir nuestro corazón y atender con generosidad los deseos de Jesús. “Hija Mía, Me rindes la mayor gloria cumpliendo fielmente Mis deseos” (D. 500).
Naida Costa Marcucci
Coordinadora de la Divina Misericordia, Diócesis de Ponce