Dios es amor, ese es su distintivo supremo, su piel exacta. De ese amor eterno surgen los demás amores. Para parecernos a Dios, en su inigualable condición, es absolutamente necesario, vivir de lado de Dios, acercarnos a los demás bajo el hilo conductor del amor. Como somos criaturas propensas al pecado, a confundir las cosas, se requiere del amor divino para caminar por este valle sin errar.

Sobre el mandamiento esencial, amar a Dios y al prójimo, se valora el ritmo del comportamiento humano. La mente, atareada con tantas ideas, está en desventaja sino habilita un altar para extraer luz y ser pródiga en perpetuar la mente de Cristo.  Para los creyentes la clave está dada, para los no creyentes la cordial humanidad se repliega ante el otro, que es “altar ego “otro yo con orientación de caminantes entre las adversidades y gozos del mundo.

Sin amor, el prejuicio, el racismo la mirada enfermiza, se convierten en epidemia. La ley, ordenación de la razón para el bien común, hace su cometido pero queda corta ante el mal que ronda ante el temor enfermizo. El amor verdadero va más allá, abre horizontes, establece rutas de entendimiento. “Ahora es ley” dicen algunos, con entusiasmo, pero se olvidan de los recovecos mentales que sólo el amor supera.

Amor al prójimo no eslogan con rituales sociales. Se hace realidad en la vida de nuestro Señor Jesucristo que murió por nosotros y se transformó en prójimo total. La dádiva de su entrega repercute en cada cristiano para apaciguar las vagas imágenes que rondan por la mente y el corazón. Caminar por la vida en tensión divisionista se presta para azuzar el fuego, acumular residuos tóxicos cerca de cada ser humano que transite con nosotros.

La voluntad de seguir a Cristo se torna en encerrona si el ideal cristiano se licúa en meros proyectos sociales. Comulgar con el prójimo tiene como base auspiciar la gracia divina desde una encendida mirada amorosa. El cristiano supera cualquier modelo social porque está enraizado en el amor dadivoso, en un premio eternal, en una absoluta constancia del Señor Jesús por todos nosotros.

Se puede abolir la esclavitud y el racismo, pero siempre quedan los géneros de la discordia si no está cimentada en el amor que todo lo perdona y todo lo excusa.  Las fuerzas del mal también existen y se adueñan de las mentes frágiles y de los que perpetúan el interés de las luchas sociales para beneficios propios.

Al final quedará el amor como andamiaje vigoroso para hacer un mundo mejor, en que negros y blancos, ricos y pobres compartan la mesa común.  Ese día iremos por buen camino y se regará el buen perfume de Cristo.

 

P. Efraín Zabala

Editor de El Visitante de Puerto Rico

 

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