Sin el éxtasis amoroso se cae en el precipicio del odio y el asedio más dañino. Dios es amor, fuente inagotable de respeto y dulzura que se impone por sí mismo. La creación entera destila una equidad que emerge del amor sin tacha, de una afluencia de todos tan necesaria para la supervivencia humana. En la opulencia divina están el hombre y la mujer como estrechos colaboradores del misterio de la vida, cogidos de la mano para la emancipación necesaria y útil.
En toda relación hombre-mujer debe sobrevivir el ímpetu de somos hermanos, somos amigos, somos de condición humana con su avasalladora plenitud virtuosa. Siempre se parte el equilibrio cielo-tierra, barro, espíritu, luz y obscuridad. La condescendencia y el respeto mutuo equilibran la relación, sirven de antídoto para no caer desplomados al primer ventarrón del cansancio y la procesión va por dentro.
Jugar con el amor y convertirlo en cosa de poca monta imprime fealdad al proceso de la emancipación humana. La pasión, la superficialidad, el yo soy yo, el egoísmo, son polilla que consumen el corazón y la mente de los invitados a participar del banquete de la existencia. Educar para valorar a las personas es un buen recurso para que el corazón no exagere la nota, ni los instintos se conviertan en especuladores con salario fijo.
Hombre y mujer son el uno para el otro, una solemne ojeada que distingue y acoge todo lo que juntos pueden mirar por una misma ventana. Los recursos sicológicos, sociales, económicos y religiosos están sobre el tapete para ser administrados por los dos desde la perspectiva íntima, desde la aseveración “todo esto es nuestro”. Desbaratar la madeja de una totalidad en perplejidad trae como consecuencia la caída unilateral, la venganza instintiva y cruel.
La modernidad, que prolifera en comunicaciones y en acercamientos diversos, echa leña al fuego de las rivalidades íntimas y lo que parecía oculto sale a la luz del día. El escenario cambió y el llanto y el dolor viajan a toda prisa injertando turbulencia a lo que parecía asunto entre dos. Así se dilucidan los temas, así se echan a rodar las intimidades, las cosas del corazón.
Todas las situaciones extremas que ha pasado por el País, huracanes, terremotos, pandemia sacan a la superficie la delicada situación de las mujeres. El paraíso, convertido en tierra de nadie, saca a flote las masacres que se originan en la superficialidad de las relaciones humanas. Poco a poco se descubre la incoherencia de las relaciones humanas y se expone el boxeo hombre-mujer. Es doloroso el espectáculo de tantas mujeres heridas en su yo interior, extraviadas en su desilusión y angustia.
Es urgente exorcizar en estas circunstancias caóticas y esparcir la esperanza de un Puerto Rico virtuoso, alejado del feminicidio, la corrupción, el patronazgo, el atornillamiento de amigos y familias. El comportamiento desviado procrea el malestar social, hace sangrar el presupuesto de bien que era lo mejor de la cosecha.
No se puede ser cómplice con el abuso, el enriquecimiento injusto, ni con la bofeteada moral. Es oportuno erradicar toda violencia, todo comportamiento que vaya en deterioro del País.
P. Efraín Zabala
Editor