La incertidumbre devora nuestros anhelos más íntimos y el temor se apodera de nuestras vidas. Un mundo en erupción y la Isla de Puerto Rico en rumbo desconocido, predicen la devastación y la pérdida de un razonamiento lógico, de una voluntad de dominar el momento difícil. Caminemos por tierra movediza, haciendo malabares, exacerbando la vida con rencores, política partidista, enojos a granel.
Se acentúa el manejo de las realidades desde la incapacidad objetiva, desde el uso de medias verdades que mantienen la opacidad de las cosas. No se da tregua a la buena voluntad y al afán económico revive en cada esquina portando banderas del dólar, que para muchos es el estandarte más preciado. Esos impulsos de auto-destrucción siembran las revanchas y originan un comportamiento hostil, que se encarga de poner cascaritas a ver si el otro resbala.
Los tiempos recios requieren de una actitud condescendiente que incida en un pluralismo de fervores humanos, de anhelos de salir de los atolladeros en vez de hundirse en ellos. En todo momento la balanza tiene que estar a favor de los pobres que llevan el peso de la pandemia y claman justicia divina ya que la humana es lenta y huidiza. Son los que carecen de recursos humanos los que cargan la cruz de todos, los que gritan a la vera del camino.
No se puede cucar el mal, ni abordar el bienestar del País desde esquemas sutiles que sólo tienen polvo del Sahara que daña todo lo que toca y filtra iniquidad. Los que dirigen el País deben ser avezados defensores del bien común, humildes servidores de la paz social, en medio de la debacle, no se puede haber francotiradores, ni ofensas a tiempo completo.
Remontarse al mañana de libertad y justo equilibrio, requiere de un elevado sentido de virtud que incluye transparencia, lealtad a Dios y al ser humano, abrazo comunitario. Puerto Rico tiene su bagaje histórico, su experiencia en dar respiración artificial a los que cayeron víctimas de huracanes, terremotos, pandemias. Su sabiduría intuitiva arrancó de la muerte a muchos boricuas que yacían al borde del precipicio.
Nos toca acelerar el proceso de doblegar la raíz de las divisiones, poner punto final a la ineficacia que deja ver su feo rostro todos los días. Hay un pueblo que necesita ayuda, que llora a la vera del camino, que necesita alimento para subsistir en medio de la calamidad. No existe modo más importante que el abrazo colectivo, que desear retornar a la vida diaria con sus éxitos y fracasos.
Hay clamor por un verdadero mercado social, participativo y fuente del optimismo justo y razonable. Ya que se ha experimentado con el sacrificio hogareño, es propio desenredar la madeja de la justicia social, del aprendizaje con lo poco y lo mucho. La realidad nos ha dado duro, el miedo nos arrincona, la esperanza nos cobija y nos orienta…
Padre Zabala Torres, Editor
El Visitante de PR