El desgaste acorrala a la sociedad por todas partes y frentes. La reverencia a unos principios, patrocinados por la fe católica y por la palabra de Dios, está incluida en la actitud prevaleciente de “eso a mí no me toca”. Son muchas las vueltas y formas que se dan para excusarse del deber identificados de mamá, papá y los míos. “yo no puedo echarme esa carga encima”, comentan los que quieren bajar por la calle de la excusa y salir airosos de tal pretensión egoísta.
El Cuarto Mandamiento impone rectitud, una conciencia acicalada por el amor sacrificial, por cumplir devotamente con el dictum divino. La familia es un bálsamo de salud, de refugio curativo. No es un hospedaje, ni un “resort”. Sobre el respeto mutuo, la mirada curativa y la responsabilidad, se echan las redes de la pesca con sabor a cielo. Esa cooperativa de amor debe graduar a los hijos para penetrar en otros mares, la amistad, el buen vecino, la esposa o el esposo escogidos con acento familiar.
El alejamiento familiar reproduce los feos rostros de la soledad. La madre y el padre, después de haber procreado una docena de hijos, la esterilidad social los acribilla. A veces sucede que los hijos que emigraron, son más solícitos que los que se quedaron en el batey. Aquellos sacan tiempo y dinero para regresar al ser querido y pasar unos días al resguardo de mamá y papa ya ancianos.
Se advierte una indiferencia total respecto a la salud y bienestar de los ciudadanos de la tercera edad. Los alcaldes y las organizaciones sin fines de lucro se proyectan como buenos samaritanos, mientras que los hijos mantienen su distancia y categoría. Ellos piensan que al dejar en manos de los demás la responsabilidad propia cumplieron. Que otro resuelva es la pretensión de muchos que no dan un paso en firme esperando la buena voluntad de los que están en continua vigilancia en las comunidades.
Ya existen maestros de la burocracia y del deleite de la explicación más puntillosa que son expertos en dar lecciones vivas de cómo salir airosos y pasar por la púa y por todas las cercas establecidas. Al pasar de las relaciones familiares sanas, a los sofisticadas, se evapora la virtud y la fila se hace camino largo, pero beneficioso económicamente.
Hay una obligación moral de amar, cuidar y vigilar por la salud mental y física de los mayores. No es algo añadido, sino que está establecido por el Señor de la familia plena. Buscar las formas de desprenderse de esa alegre obligación, es unirse a la decadencia moral del País que ha cambiado lo bueno por lo feo. La equivocación es tan grande que lo que recogemos es amargo, tóxicos de relaciones baldías, de desgastes sicológicos.
Es importante cumplir con la familia y así evitar que los ancianos sean víctimas del acecho y el sufrimiento. Vivir una vida frívola y hacerse visible para amigos y compañeros de trabajo, e invisible para los padres, implica un desgaste moral, una caída mayor. La familia será siempre pocito dulce de los recuerdos más inspirados.
P. Efraín Zabala Torres
Editor