El clamor del pueblo va por los rieles de una ética que infunda luz sobre las sombras que cobijan al País.  El cansancio por la espera de más afluentes que alivien la mente y el corazón aprieta la buena voluntad y retrasa el día de un todos con fisonomía de ciudadanos hábiles para el trabajo, para la ayuda mutua, para las obras benéficas.

Hay una insatisfacción que asusta porque genera residuos tóxicos, incapacidad mental, desasosiego. Las comunidades rurales viven al margen, esperando el rocío de comprensión y ayuda para salir de los atolladeros. Se acentúan las desigualdades y se troncha la esperanza convirtiendo a los actores en huéspedes del balcón o de las mega-tiendas. De esos ámbitos escogidos se pasa a la televisión, a escudriñar las novelas turcas.

La carencia de propósitos comunes; cuidar las escuelas, organizar encuentros comunales, hacer rondas con intervención policiaca, han creado la indiferencia colectiva. El deporte, que es casi un estilo ferviente, se encuentra en la agonía. Sin esas alas fraternales y sociales se convierte en tolerancia toda actividad delictiva, todo abuso contra los más débiles.

El equilibrio humano, social y espiritual está basado en ilusiones ópticas, en elucubraciones políticas, en el ojalá de las ayudas federales. El trabajo honrado, oxígeno necesario, tiene connotación de esclavitud, de mente atrofiada. Una dosis de los Diez mandamientos sería oportuna para limitar las excusas, paliar los abusos, orientar por el camino recto.

La justicia es integrante de la caridad, del amor al prójimo. Dar a cada uno lo suyo revierte en paz, armonía y generosidad. Llevar al pueblo contra la pared es debilitar el pensamiento cívico y humano. Está unido a cruzar el charco, a ausentarse por un tiempo y soñar con Puerto Rico todos los días. “El humo del café me hace cosquillas”, diría el bardo Bobby Capó.

Es preciso hacer hincapié en la justicia y la honestidad para que no haya desmayos ocasionales en el País. La justa repartición de los bienes es antídoto y ración adecuada para evitar la hambruna de bienes materiales sin la adecuada proporción de una honestidad que es salud y vida. Insistir en un mundo de dinero, placer y materialismo es dar rienda suelta a un grito de insatisfacción y desgaste social.

Se escribe la verdad en el corazón de los ciudadanos, ampliando el decoro y exaltando el por qué se vive. El alimento social va unido a la verticalidad de los gobernantes, a la enseñanza del bien, a la alegría de constituir un pueblo con dignidad, decoro y bunas costumbres.

No hay tiempo que perder en esa cátedra de luz que debe estar atada a la buena voluntad y a la verdad.  Se saldrá de esta encerrona si hay voluntad de partir el pan con justicia y honestidad.

P. Efraín Zabala

Editor

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