La obscuridad mental domina todas las instancias de supervivencia en la Isla abrasada por el sol candente. Todo es claro a primera vista, pero la opacidad impone su ley y su mandato. Falta la luz de las ideas nobles, de antorcha de la verdad, de un estilo saludable que establezca la armonía y limite los eclipses que dejan a la Isla en penumbras. 

Errar al establecer la colindancia luminosa es decretar el apagón, regresar a la tenue luz de un quinqué que parpadeaba en las noches imponiendo su fragilidad y su figura. Aquellos tiempos de caminar a obscuras, con temple de atleta, quedan en los archivos de un País que se levantó de los estivas de leñas para dar paso a lo radiante y a lo esclarecedor de rutas y caminos.

El ir y venir de la luz, con su dosis de pérdidas económicas, estremece las bases de la economía, mantienen una inestabilidad asombrosa, nos habla de un futuro tenebroso. La confianza se escapa por los alumbrados y el tire y tapate entre Luma y  la legislatura adquiere dimensiones dantescas, un espectáculo no apto para menores, que hace referencia a la ley del más fuerte.

Sin la luz del entendimiento se cae en los atolladeros que inciden en el temor y la desconfianza total. El pueblo pierde la esperanza y perpetúa la desilusión como escudo, como pasaporte de ir a vivir allende los mares y los más vulnerables pagan las consecuencias. Ese reducto de habitantes bona fide vivirá entre tinieblas, amparado en las velas como ente reguladores de la fe y la esperanza en Dios Todopoderoso. 

Es un tiempo de desgaste emocional, de lágrimas y sufrimientos. Los dirigentes del País deben ser pedagogos del bien común, aliados de los pobres y necesitados. Hombres y mujeres que dan la milla extra, que desbaratan el temor dañino antes que se clave en el cuerpo de sus gobernados. La duda, el miedo, se tragan la buena voluntad y se cae en la confusión y  la desconfianza.

El pueblo necesita servidores adecuados, luz que caliente al alma y el cuerpo. La obscuridad entorpece, dificulta dar el pan correcto. Se cae en la confusión cuando la noche mantiene su hegemonía, cuando las tinieblas lo arropan todo.

Dijo Dios; hágase la luz. Y así fue. Ya es tiempo de alargar la vista y enderezar entuertos. El pueblo yace en la espera de un servicio que sea de primera calidad, que esté disponible para lograr el progreso que tanto se anhela. Estar en la fila de los que carecen de luz eléctrica es arruinar al País, perpetuar la obscuridad.

Transformar la obscuridad es tarea de todos. El gobierno debe esmerarse por dar un servicio de gran envergadura y así alumbrar a todos los habitantes de este País.

Padre Efraín Zabala

Para El Visitante

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