Lo es en el misterio de la Trinidad que presenta lo divino como una realidad vivida por personas, distintas en cuanto a personas, pero unidas en la realidad de un solo Dios: En lo divino hay un qué y tres quiénes. En la familia humana hay un esposo, una esposa, un hijo.

Son de la misma naturaleza humana; llamados a ser una realidad diferente de otras: la familia.

En los misterios navideños se ha ido contemplando cada persona del drama por separado: José en su angustia de ver embarazada a su ya esposa; María en su entrega total a lo que Dios le indique; María con Sí que como el hágase del Creador acepta crear en su seno al Dios vivo. Y el niño, uno externamente como cualquier otro. En la fiesta de la Sagrada Familia contemplamos el conjunto de los tres. Que se muestran ante el cristiano como el modelo profundo de lo que, de otras formas, se ha de intentar lograr en la misión matrimonial.

Esta Trinidad en la tierra vive tres características a tener en una familia cristiana. Primero, son familia como una misión. Para otros resultó por impulsos, deseo sexual, necesidad de compañía, …aquí es Vocación directa. Porque en María, no estaba en sus planes.

José buscaba lo normal, esa muchacha tan especial que atraía sus miradas, y se encuentra con tremenda tarea pedida directamente por Dios: “No temas recibir a María como tu mujer… tiene un hijo por el Espíritu Santo…”. Y el Niño también le expresó al Padre su ofrenda de amor en beneficio de todos “Me diste un cuerpo y yo dije ‘aquí estoy, Señor, para hacer Tu voluntad’. Es el Verbo de Dios, reducido a pedacito de carne… porque el Padre lo envió…”.

Y nuestra comunidad necesita parejas que oigan el llamado al matrimonio como una vocación divina, y acepten la misión de vivir el amor…

Lo segundo que muestran es su visión de fe ante los problemas. Toda familia los tendrá, pues el matrimonio, como el flamboyán, tiene flores, pero también vainas. Los problemas son muchos: José sufre el tener que aparecer en su aldea como el marido burlado… María que como mujer no cuenta para mucho en esa sociedad. Va con muchos puntos en su contra: Es menos como mujer, joven, pobre, de aldea. Son cuatro strikes en su contra. Sufren la pobreza de su clase, carestía, refugiados en Egipto, un sencillo carpintero no un ebanista, perseguidos por la autoridad, vida oscura de aldea.

Tercero: pero viven el amor… Y el eje central, el resumen de una vida de familia, es el amor. Es el fondo de una relación conyugal. Sin duda expresarían lo que deseamos en nuestras familias: No estoy aquí por consideraciones económicas; No lo estoy por un puro desahogo del instinto; No lo estoy para conseguir favores gratuitos; No lo estoy por consideraciones políticas. Estoy por la llamada al Amor. Amor: Que no es pasión morbosa de fiestas patronales en verano. Amor: Que no es el egoísmo glorificado como lo que está in, que suprime la vida o la acomoda a sus propias conveniencias utilitarias. Amor: Que no consiste en buscar en otro una prostitución legal y más barata. Amor: Que no consiste en crear una sociedad esclavista dentro del recinto cerrado del hogar, y que convierte a la mujer, o al varón, en un instrumento de carne. Amor: Que no es gozo solitario, sin relación ninguna de entrega, o preocupación, o satisfacción a otro. Amor: Que es palabra dada en exclusividad y compromiso tan largo como la misma vida. Amor: Que es la tarea apasionada por desear y conseguir el bien o la realización del otro. Amar que es vivir para darle vida al otro, como Jesús lo hizo: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”.

Todo esto lo vivió en perfección esa familia sagrada. Y sobre todo, y de forma bien real, el ver al cónyuge como la visibilización para mí del amor que Dios me tiene. Cuando le beso, en él/ella beso al Cristo que me ama. Y eso se realizó en esta familia extraordinaria y de una forma bien real, no metafórica.■

P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante

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