Desde hace unos años he estado más consciente de mi forma de vestir los domingos para ir al Santo Sacrificio de la Misa. Y es que internalizar que la misa es un sacrificio, me ayuda a ponerme en la perspectiva de que mi forma de vestir represente la seriedad de la ocasión y de lo que debo sentir.
Cuando era niño, mis padres me inculcaron la idea de vestir un poco mejor de lo usual para ir a ver a Jesús, pero los años de adolescencia y juventud erosionaron un poco esa idea y no me importaba ir en polo-shirt, mahones y tennis. Ya de adulto empecé a usar camisa de manga larga y pantalón de vestir, pero he tenido mis “recaídas” y, de vez en cuando, me he vestido como si fuera a ir al cine. En los últimos meses, he estado vistiendo con chaqueta o traje, corbata y zapatos de salir de cuero, a modo de experimento, para notar cómo me siento y ver las reacciones de otros feligreses.
El experimento ha sido un éxito, pues me siento vestido con la formalidad que amerita la ocasión y más consciente del sacrificio redentor de Jesús. Esa conciencia me mueve a agradecerle su inmenso gesto, a pedirle perdón por haberle fallado y su ayuda para serle fiel y a adorarle como mi Rey. Los feligreses que me han visto, de la parroquia San José en Villa Caparra y de la iglesia Santa Ana en el Viejo San Juan, parecen alegrarse de mi esfuerzo y he notado a algunos hombres empezando a usar chaqueta y corbata. Pero, lo más sorprendente de todo es que siento una paz interior que me conmueve al presentir que a Jesús le agrada mi esfuerzo y me hace querer que llegue el domingo para repetir la experiencia.
Vestirme bien es mi pequeño sacrificio que conlleva seleccionar el atuendo y corbata, planchar pantalón y camisa, brillar zapatos y soportar su incomodidad, pero se lo ofrezco a Dios y así me uno al sacrificio de Jesús para la redención del mundo.
Jesús, en la persona del sacerdote, está impecablemente vestido así que porqué no imitarlo. Él nos llama a la perfección, y una forma de dirigirnos hacia esta es haciendo pequeños cambios que vayan mejorando continuamente cada uno de los aspectos de nuestro amor a Dios. Él no quiere que amemos a Dios a medias sino con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza, y la vestimenta que llevemos al Santo Sacrificio de la Misa puede ser un indicador de que estamos dispuestos a darle a Dios lo mejor de nosotros. Si hacemos lo anterior, seremos hombres virtuosos en justicia al darle a Dios el respeto que le debemos y el deber de ser ejemplo para nuestras familias y el prójimo.
Por otro lado, la vestimenta que la sociedad secular quiere dictar a los hombres a usar es una “unisex”, sensual y casual para toda ocasión, pero los hombres católicos estamos llamados a practicar la virtud de la templanza para no dejarnos llevar por los impulsos de la moda y así empezar a restaurar nuestra sociedad católica. Nuestra vestimenta debe proyectar la masculinidad en todo momento, la formalidad que amerite la ocasión, la edad y el estado de vida, el decoro y ornamentación propia del cuerpo y la dignidad del cuerpo como templo del Espíritu Santo.
En fin ¡Vayamos a San José!, modelo del hombre católico, que nos llama a todos los hombres a que, con nuestro ejemplo, protejamos el majestuoso, sagrado y reverente Santo Sacrificio de la Misa, y podemos empezar por vestirnos cada domingo de una manera que le diga a Dios y a todo el mundo hacia dónde vamos.
Ricardo Santamaría