La Iglesia celebra alegremente dos acontecimientos en su historia. Primeramente celebra la Asunción de la Virgen María a los Cielos. Mujer que salió de camino y de prisa para estar al servicio de su prima Isabel y permaneció con ella 3 meses. Una importantísima lección del servicio en nuestras familias.

En segundo lugar, celebra el centenario del nacimiento del beato Óscar Arnulfo Romero, el asesinado Arzobispo de San Salvador. Mons. Óscar Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios, al este de El Salvador, el 15 de agosto de 1917, fue nombrado Arzobispo de San Salvador por el Papa Pablo VI en 1977. El 24 de marzo de 1980 fue asesinado y murió por un disparo de un francotirador desconocido mientras oficiaba una misa en la capilla del hospital de cáncer La Divina Providencia, en San Salvador. El 3 de febrero de 2015, el Papa Francisco reconoció su martirio y fue beatificado el 25 de mayo de ese mismo año en San Salvador. Su beatificación, además de un acontecimiento hermoso y profundo para la Iglesia, también es signo del interés y atención que el Papa Francisco mantiene sobre El Salvador y con la Iglesia en Latinoamérica.

Romero es una de las figuras que con su fidelidad evangélica desconcertaba a quienes querían descifrarlo desde la óptica política o ideológica. Por ello, tras ser en un momento un sacerdote querido de la élite gobernante salvadoreña, luego, pasó a ser señalado por la derecha como un “cura peligroso” por las denuncias que hacía en sus homilías.

Monseñor Romero fue víctima inocente de un crimen de odio: odio a la fe, odio al mensaje libertador del Evangelio; odio al mensaje de justicia, de paz, al mensaje de un mundo donde los humildes sean los primeros. Monseñor Romero le enseñó a la Iglesia y al mundo, dónde está su verdadera riqueza, sus verdaderos templos: su riqueza son sus pobres, sus humildes, sus perseguidos y sus verdaderos templos son esas piedras vivas, esas piedras que sufren, pasan hambre, abandono, desnutrición, falta de agua, pobre, medicina, techo, trabajo.

En el Salvador donde le tocó ser Arzobispo, Romero veía los abusos, sufría las injusticias, denunciaba las atrocidades, especialmente las que iban dirigidas contra los más vulnerables, los más pobres. Él no optó por el silencio de los cobardes, por la indiferencia de los falsos pastores que no dan la vida por sus ovejas; no hizo causa común con los privilegiados del mundo o del poder político, sino con los privilegiados del Evangelio de Cristo: los pobres, los humildes, los sencillos, aquellos que las desigualdades de la vida los hacen vivir a la orilla, en la marginación. Cuando ya no pudieron acallarlo, quisieron silenciarlo con la muerte violenta, sin embargo, hoy Monseñor Romero sigue teniendo voz, sigue denunciando las injusticias y con su testimonio de vida siendo un ejemplo de aquel cristiano, aquel sacerdote, religioso, religiosa u Obispo que entrega la vida a favor de los pobres.

Monseñor Romero es ejemplo de una Iglesia que no olvida a los pobres, no se calla ante las injusticias, que no teme a ser perseguida, martirizada. Monseñor Romero es ejemplo de compromiso con una sociedad justa, igualitaria con principios que no son eslogan político sino que brotan del Evangelio mismo de Cristo. Hoy, al celebrar el centenario de su nacimiento celebramos el compromiso con los pobres, celebramos la insistencia cristiana en la esperanza, la justicia y de amor hacia el prójimo.

Con su episcopado y vida, Mons. Romero habló a su amada nación salvadoreña, con su martirio, habla hoy a toda la Iglesia y al mundo entero, y por supuesto, habla a nuestro querido Puerto Rico cuyo desconcierto, crisis, injusticias, desigualdades lo asemejan al dolor del pueblo Salvadoreño donde este dio su vida.

Vivimos en una crisis que nos ha llevado tanto al gobierno como a la Iglesia y a instituciones privadas a cerrar escuelas, una crisis que ha elevado desde hace varios años los impuestos, el costo de vida; una crisis que amenaza con dejar a personas sin empleos o reducirle sus sueldos y por ende, dejarlo sin comida, sin techo, salud, sin calidad de vida; una crisis cuyas primeras víctimas son los trabajadores, los envejecientes, los niños, los retirados, las madres solteras, las organizaciones sin fines de lucro; una crisis que nos ha llevado a una migración sin precedentes.

En Monseñor Romero vemos que la violencia nunca es la solución, ni el odio, ni las fincas apartes ni el tribalismo político. Aprovechemos esta hora para defender a los más vulnerables, a sacrificarnos proporcionalmente.

Por ello, además, de alzar la voz, hay que alzar las manos para ayudar, para socorrer, para procurar ser custodios de aquellos a quienes más perjudican estas crisis: los pobres. Usemos las redes sociales para hacer redes de apoyo, redes de afecto humano, redes del bien común. Ante la crisis y el sufrimiento, Monseñor Romero nos enseña que la indiferencia no es la opción, sino la más burda complicidad. Aprovechemos esta hora para unirnos por los más pobres, por los más vulnerables. Aprovechemos esta hora para apoyar aquellos esfuerzos justos y razonables en favor de nuestro pueblo.

Que María asunta al Cielo interceda por nosotros para que podamos servir a muestras familias y a los pobres con entusiasmo y amor.

Beato Romero, ruega por El Salvador y por Puerto Rico, por  la Iglesia y sus pobres y marginados.

Amén.

 

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