Jesús prometió a los devotos del Sagrado Corazón: “Ser amparo y refugio durante la vida y principalmente en la hora de la muerte”.
Cuando me preocupo por la salud de un paciente, recuerdo que debo acudir al Maestro, como hicieron los apóstoles, cuando la tormenta parecía que los iba a hacer naufragar (cf Mc 4, 35-40). Los retos que enfrentamos a diario, enfermedades, situaciones socioeconómicas, nos pueden hacer pensar que la barca se hunde. Para luchar con las adversidades, el católico debe cultivar las virtudes de fe, esperanza y caridad y encontrar amparo en el Sagrado Corazón de Jesús. Él tiene el poder de apaciguar los embates.
Desafortunadamente, tenemos tendencia a pecar. Para colmo, vivimos en un mundo colmado de hedonismo y relativismo. Esta promesa y la Palabra Eterna nos conducen a un espacio de refugio en el Sagrado Corazón de Jesús. En este Corazón, abierto por una lanza, (cf Jn 19, 37) encontraremos la fuente de agua que da vida en abundancia. De esta fuente beberemos como nuestros padres del desierto, porque la roca es Cristo (cf 1 Cor 10, 3-4). Por eso, la Iglesia, que es Madre, nos invita a acudir a los Sacramentos de la Reconciliación y Comunión, para poder pregustar y aspirar a las cosas del Cielo.
Nos exhorta Dolores Aleixandre, RSCJ que, estamos llamados a reparar y reconstruir nuestra sociedad cristiana.1 Reparar en estos tiempos es defender la vida desde la concepción hasta la muerte natural, como nos ensenó san Juan Pablo II.2 Reaprendamos a amar del Sagrado Corazón de Jesús. Liberémonos del amor egocentrista, para darnos al prójimo, que es el nuevo mandamiento (cf Mt 22, 39-40).
Un sacerdote nos pedía que, al rezar el Ave María, hiciéramos una pausa entre la palabra “ahora” y la frase “en la hora de nuestra muerte”. Explicaba que solo en un momento de nuestras vidas, ese ahora, sería el mismo momento de la muerte. Pues en esta promesa recibimos la seguridad del amparo de Jesús, en el momento final. Anhelemos morir como san José, en los brazos de Jesús y de María. Encontremos en esta Cuarta Promesa del Sagrado Corazón de Jesús, la paz que da la esperanza de la vida eterna y aspiremos a entregar como Cristo, nuestro espíritu al Padre. (cf Lc 23, 46)
Natalio Izquierdo, MD
Para El Visitante