Todavía vibra en nosotros la alegría que experimentamos en el Triduo Pascual; de una manera particular la noche de la solemne vigilia: “vivimos para esa noche”. Esta frase de nuestro beato Carlos Manuel, recoge hermosamente el sentido profundo de ese momento único en la vida de todos los cristianos; en él se renueva nuestro ser y volvemos, con un brote nuevo de vida, a reafirmar la fuerza del resucitado en nuestro corazón. Y esta gran fiesta la viviremos a través de estos 50 días de alegría en que la Iglesia nos conducirá para que todos recordemos a través de diversas experiencias de fe que aquí radica nuestra esperanza: Vive Jesús y por ello puedo vivir y alcanzar vida para siempre.

Nos lanzamos, pues, con alegría a este recorrido de fe, procuremos acogerlo en el corazón. Recordemos que: de la alegría de este acontecimiento debe nacer en nosotros la fuerza de la vida a la que aspiramos.

La Primera Lectura nos conduce a echarle una mirada a esa experiencia de la primera comunidad. ¿Qué pasó después de la resurrección? En esta lectura se nos narra lo que provocaban en el ambiente del momento, la vida y obra de aquellos primeros discípulos: los comentarios, los signos milagrosos, las respuestas de adhesión a la fe en Cristo Jesús, en fin una Iglesia que comenzaba a dejarse sentir en medio de una sociedad que no la conocía y donde debía crecer. Y allí están para realizar la misión que se les encomendó.

El Salmo 117 es todo un cántico de acción de gracias que realiza el pueblo ante la respuesta maravillosa de Dios en sus vidas. Su utilización es de uso litúrgico y parece desarrollarse en el marco de una procesión. Ante el peligro superado, el pueblo proclama con alegría en cantos de victoria. Dándose así una conciencia de no estar solos en el camino sino que Dios siempre les acompaña.

La misericordia de Dios es reconocida con fuerza: eterna es esta en medio de su pueblo. Por eso aclaman: Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo.

La Segunda Lectura es del libro del Apocalipsis, recordando que este fue escrito en tiempo de persecución, nos inicia con la presentación de su autor: el que vive en la tribulación y desterrado por anunciar el Evangelio de Jesucristo. Posteriormente nos ofrece una aparición en la que se manifiesta que Cristo ha sido constituido Señor del universo: principio y fin. Si todo ha nacido de; hacia Él se encaminan todas. En Él reciben su ser y en Él encuentran su sentido. Jesús por estos acontecimientos se convierte en Señor de la historia y centro de todo lo creado. Murió, pero está vivo; la muerte no tuvo la última palabra. Fue aniquilado por el egoísmo pero ahora reina. En sus manos está la nueva historia que es historia de salvación.

El Evangelio de hoy nos muestra la presencia de Jesús en medio de sus discípulos y el regalo de la paz que les ofrece. Jesús siempre será el centro de la celebración de todos; aquí se les muestra como fuerza y presencia viva. El envío y la donación del Espíritu Santo hacen de aquellos primeros discípulos ministros, con el poder confiado por Jesús, para que “aten y desaten”; se les ha confiado el poder de constituir ese orden requerido para que avance la Iglesia en la historia y esta pueda perdurar en todos los tiempos.

En un segundo momento se da ese texto tan conocido por nosotros que ha pasado al refranero popular: “como Santo Tomás, tienes que ver para creer”. Toda una experiencia que constata el evangelio del discípulo que no fue testigo ocular de la aparición y no acepta el testimonio de su comunidad.

Jesús, que es el centro del primer día de la semana, domingo, se hace presente entre los suyos e invita a Tomás a constatar: toca, palpa los signos de la muerte que me acontecieron. Luego lo invita a confiar, a creer, a aceptar. Y finaliza con la feliz afirmación: “Dichosos los que creen sin haber visto”.

Nosotros, los testigos de este tiempo, somos los dichosos, los que no hemos tenido la constatación de ese momento histórico, pero aceptamos el testimonio de los hombres y mujeres que nos antecedieron y que han sido testigos cualificados de la fuerza y el amor del que salió victorioso de la tumba. Hoy la Iglesia es convocada a vivir en la confianza de que Jesús vive y que por su vida somos llamados a construir el reino. Hoy, de una manera particular, tenemos que proclamar con la vida que Dios ha estado grande con nosotros, que su misericordia no tiene fin. Por eso, como dice el lema de este año, estamos llamados a ser “Misericordiosos como el Padre”.

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