Cuando habla la Escritura aquello de “serán los dos una sola carne” me vienen a la mente las aleaciones. En química se utilizan dos metales para formar una nueva realidad, que procede de esa unión estrecha, pero es un nuevo material. Es como haber creado una nueva vida, como sucede con los genes de padre y madre. El cobre y el estaño poseen cada uno sus propiedades y aplicaciones útiles a la metalurgia. Pero en la aleación crean el bronce. Bronce, que identificó una nueva era en el progreso de la humanidad, la edad del bronce. Bronce que posee unas virtudes que logran sonoridad y dureza en el saxofón y la flauta. Y para lograr eso tanto el cobre como el estaño dejaron de ser, en cierta manera, lo que eran, para parir una nueva creatura: el bronce.

La Escritura reconoce que en esa unión tan especial que se dará entre macho y hembra los elementos iniciales son diferentes en muchos sentidos. Y la idea es que nazca una nueva creatura: la pareja. Esta, aunque proviene de ambos y contiene elementos de esos dos, producirá una nueva realidad, una nueva carne, un nuevo ser. Aunque lo de antes sigue, pero lo nuevo debe superar de muchos modos lo de antes. Y lo curioso es que, aunque debe morir algo de lo de antes, lo que se consigue es tan superior que olvido lo que muere. Soltero yo tenía dos brazos; casado tengo cuatro.

Visto así, se entienden las nuevas exigencias de ese nuevo ser. Esta unión es estable, permanente.

No sé cómo se podrá separar ahora el cobre del estaño. Es un ser nuevo en que se vive establemente con la otra persona. Esto no es pasar un fin de semana con una persona agradable; es pasar la vida. Buscar la aleación con otro ser ya no es permitido: dejaría de ser bronce, si es que se logra una nueva aleación. Este nuevo ser se dedicará a nuevos usos, nuevas y maravillosas utilidades. Por ej. crear un hogar, que es crear vida, abrazo, comprensión, perdón, paciencia, reír juntos, llorar juntos…

Como se trata de subir a una nueva realidad, lo antiguo ha muerto. Tus amistades no serán las mismas si atentan contra el bronce, tus pasatiempos y jangueos egoístas no pueden ser iguales… En suma, no puedes seguir siendo estaño pues ahora eres bronce. Me pregunto si alguno de los que se casan sienten profundamente este cambio substancial de su vida. No lo entienden así los que ven el matrimonio como algo desechable. O lo ven como una aventura que tiene final, como el que jura en el ejército, pues juró solo por 4 años, y se licencia luego para disfrutar los beneficios. Los filósofos antiguos hablaban de cambios accidentales, someros, que no llegan al tuétano de la cosa. Aquí estamos hablando de un cambio substancial en que parece que es lo mismo pero ya no es lo mismo.

Como en la persona de Jesús sus compatriotas veían un vecino más, y que era buena gente. No veían que allí habitaba la plenitud de la divinidad. Dios había roto la cortina del Cielo para vivir nuestra realidad humana, aunque sin abandonar ni anular su realidad divina.
Algunos interpretan lo de ‘una nueva carne’ aludiendo a la entrega sexual de la pareja, en que ambos en su abrazo conyugal son como ‘un solo animal biológico’. Es una pena que acorten así el pensamiento. Porque eso también se realizaría en una relación adúltera o incluso en una violación.

Sería triste quedarse en el símbolo y no llegar a lo profundo, a que apunta. Es como el tonto que, cuando el sabio señala a la luna, se queda mirando al dedo. El autor bíblico lo llama ‘dos hacia una carne’ o ‘un solo ser’ no dos. Los griegos lo llaman ‘henosis’, y no encuentro mejor traducción que la aleación de que estamos hablando.

Una preciosa expresión de lo que hablamos serían las palabras de Rut, dirigidas curiosamente a su suegra Noemí, pero que se realizan más totalmente en el compromiso matrimonial: “No insistas en que deje y me vuelva. A donde tú vayas iré yo; donde tú vivas viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios; donde tú mueras allí moriré y allí me enterrarán. Solo la muerte podrá separarnos” (Rut1,16).■

P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante

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