Introducción

Con alegría y esperanza me dirijo a los hombres y mujeres, hijos  de Dios y hermanos todos en la Diócesis de El Yunque, para confirmarles y animarles en la fe, y  exhortarles a buscar a Jesús que nos llena de vida, y de vida nueva y en abundancia. Particularmente, deseo dirigirme a nuestros sacerdotes, diáconos, religiosos, líderes laicales, comunidades parroquiales, miembros de estructuras pastorales y movimientos apostólicos de esta Iglesia Misionera que “rema mar adentro” (Lc. 5,4), en el acontecer histórico de la región del Oriente de Puerto Rico.  A ustedes, mis colaboradores más cercanos, en el nombre de Jesús y con San Juan Pablo II y el Papa Francisco, les digo: “No tengan miedo1. Escuchemos y tengamos presente en el corazón las palabras de Jesús: “Sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos2.  Y convencidos de que Él es el “Camino, la Verdad y Vida3, salgamos a su encuentro con alegría, en espíritu de conversión y dispuestos a nacer de nuevo4.  Sólo recreados y renovados, podremos seguirle con fidelidad y verdadera entrega discipular.  Seguirle, de esta forma, debe constituirse en nuestra mayor pasión; algo determinante para que nosotros, a su vez, podamos darle vida al pueblo de Dios que se nos ha encomendado.  Por tanto, tenemos que conocer a Jesús, estar con Él, seguirle y anunciarle en todas partes y en todos los escenarios de la vida.

Quiero analizar y compartir con ustedes la llamada misionera que hemos recibido, en la Diócesis de Fajardo-Humacao, y cómo ésta se ha vivido durante estos siete años de fundación y desarrollo en el caminar de esta Iglesia Particular.  Esta convocatoria fundacional misionera la hemos recibido en medio de una sociedad fragmentada, adictiva, relativista; colmada de consumos y de competencias, arropada por una atmósfera de incertidumbre y desesperanza, de miedos y frustraciones.  Pero también, esa convocatoria misionera la recibimos en medio de un pueblo con sueños de libertad, con anhelos de vida verdadera y plena, con ansias de comunión fraterna y solidaria; con deseos profundos de rescatar sus valores y su identidad más profunda, desde la fe cristiana que le ha visto nacer y le ha acompañado en su devenir histórico. Luego, la sociedad que constituye y configura a nuestro pueblo en su realidad social y eclesial, hoy, debe ser objeto de nuestra mayor atención y celo pastoral; y, en ella, es que estamos llamados a testificar la fe bautismal en Cristo Jesús y a responderle con fidelidad, desde nuestra vocación y ministerio. No cabe, en nuestra realidad actual de pueblo, una fe dormida, desencarnada y sin espíritu; y alejada de su cultura y de su acontecer histórico.  También ahora, hay que recordar y acoger las palabras del Concilio Vaticano II: “El gozo y la esperanza, las tristezas y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo, de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo”5.  La indiferencia no es posible en nuestros corazones cuando hay tanta misión por realizar y tanta vida que dar. Nuestra región del Este reclama a pastores, agentes y voluntarios, la mayor atención y entrega posibles, ante esta encomienda misionera.  Como la Virgen María, tenemos que salir presurosos a llevar la buena nueva, como Ella lo hizo en su visita a su prima Isabel6.

Muchas veces, y en diversos espacios, les he hablado de la convocatoria fundacional misionera que recibimos aquel inolvidable martes, 11 de marzo del 2008, cuando se anunció a nuestra gente y al mundo la creación de la sexta diócesis de la Iglesia en Puerto Rico: la Diócesis de Fajardo-Humacao.  Ya han pasado más de siete años, largos e intensos.  En el proceso inicial comenzamos a dialogar con los pastores, a reunirnos con diversos líderes en las comunidades parroquiales y a dar forma a la primera estructura diocesana de pastoral.  Desde aquel momento, iniciamos las visitas a nuestros pueblos y parroquias, con espíritu misionero y pastoral, para conocerles y ver de cerca sus realidades y situaciones pastorales. Buscando responder con urgencia a su realidad eclesial y sus necesidades pastorales, creamos la Escuela Diocesana de Formación La Barca. Este primer proyecto diocesano respondía a una urgencia pastoral: afirmar la identidad católica a través de la formación, propiciar el encuentro fraterno y alimentar el discipulado misionero, que había entrado en una fase de adormecimiento en nuestra región oriental.  Tres años después, trazamos nuestro Plan Diocesano de Pastoral, inspirados en la propuesta catecumenal de Aparecida7, pero también, teniendo presente la realidad pastoral, social y eclesial de la región Este del País.  Así, caminamos los primeros cinco años de la vida diocesana: llamado al encuentro con Jesús e impulsando la conversión personal, misionera y pastoral de nuestra gente y feligresía en las comunidades parroquiales.

Durante el Quinto Aniversario, el 31 de mayo de 2013, llamamos a reforzar la identidad diocesana y a fortalecer la afirmación misionera, teniendo presente las propuestas del Sínodo de los Obispos para la Nueva Evangelización y el espíritu renovador del recién pontificado de su Santidad, el Papa Francisco.  Buscando alimentar con mayor fuera la identidad y la afirmación misioneras, creamos la Vicaría de Misiones, con la encomienda de trazar una propuesta de pastoral misionera, lo antes posible.  Además, encomendamos a algunas comunidades parroquiales, dar pasos concretos a través de la formación, la espiritualidad y la organización hacia la pastoral misionera.  Aunque los resultados no son los esperados, nuestra encomienda sigue siendo la misa que depositó la Iglesia en la persona de este Servidor: fundar y desarrollar la Diócesis de Fajardo-Humacao en su realidad y dimensión misionera.

            También, en el año 2013 impulsamos dos nuevos proyectos, siguiendo este mismo espíritu discipular y misionero: el Camino de Santiago de El Yunque8 y la Catequesis Familiar Integral (CAFI)9.  De esta forma y con diversas propuestas e iniciativas, hemos trabajado nuestro proyecto de fundación de esta Diócesis Misionera a través de estos siete años.  No han faltado las piedras en el camino y el crecimiento de la cizaña, pero, seguir a Jesús con fidelidad, siempre nos exigirá cargar la cruz. Por eso, a los siete años en este caminar diocesano misionero, vuelvo a convocarles, con mayor convencimiento, alegría y lleno de esperanza e invitándoles a todos a la entrega generosa y fiel para desarrollar este Diócesis en el espíritu discipular misionero de Aparecida.  Este es el mismo reclamo magisterial del Papa Francisco, cuando nos llama a impulsar una Iglesia en salida10.  Llamada del Papa Francisco a todos los cristianos, en un marco testimonial de alegría y de misericordia.  Así, nos lo expresa en su primera Exhortación Apostólica: “Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable.  La Iglesia no crece por proselitismos sino por atracción”11.  “La Iglesia vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva”12. 

 

Recientemente, tuvimos la Visita Ad Limina Apostolorum a la realizamos el pasado junio de 2015.  El informe diocesano que se preparó para esta Visita, nos develó varios asuntos que tenemos que poner en agenda.  Algunos de esto son:

  1. Primero, es el amor el que nos mueve a cultivar a la identidad diocesana y el sentido de pertenencia a la Diócesis de El Yunque. Podemos llenar nuestros corazones de este amor, participando e integrándonos en la vida diocesana que se impulsa y se testifica desde esta joven Iglesia local.
  2. Segundo, la realidad histórica y cultural que nos identifica y nos hace ser pueblo, no puede estar ajena o alejada de nuestras vidas cristianas, ministerios y vocaciones. Conocer esa historia, amar y respetar nuestra cultura, se hace imperante en nuestra vida de servicio y discipulado misionero.
  3. Tercero, la realidad vocacional diocesana es tarea de todos; cada cual está implicado y tiene que involucrarse. Hay corazones jóvenes generosos, sanos, libres y colmados de valores evangélicos. Proceden de nuestras familias y están en medio de las comunidades.  Pero, debemos orar, trabajar y testificar la vida consagrada y ministerial. Jesús nos pide una acción concreto: “rueguen”; además, dio un mandato a su Iglesia: “La mies es mucha y los obreros pocos.  Rueguen, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”13.
  4. Cuarto, el impulso misionero se alimenta y se desarrolla con la espiritualidad y la formación incesantes, donde, todos estamos llamados a participar. La espiritualidad vivida y la formación permanente nos conducirán a la conversión personal, misionera y pastoral.  Esto deberá traducirse en un encuentro personal con Jesucristo, que nos lleve  a reforzar nuestra identidad cristiana y el sentido de pertenencia a su Iglesia.  Desde esta experiencia de conversión, personal y comunitaria, alimentada por la espiritualidad y la formación, es que brotará el compromiso de salir a llevar a todos la Buena Nueva del Reino de Dios.  La Diócesis, y cada una de sus comunidades parroquiales, deberá convertirse en centro de espiritualidad y de formación cristiana para el servicio al pueblo de Dios.
  5. Quinto, la pastoral prebautismal y la pastoral prematrimonial tienen que ser reformuladas y actualizadas, ante la realidad misionera de las comunidades parroquiales. No podemos permanecer ciegos e indiferentes ante comunidades anémicas y familias en dispersión. Estos programas, por años, se han elaborado para una pastoral de conservación; por lo tanto, se hace urgente atemperarlas a nuestra realidad misionera, renovando equipos y formando a nuestros agentes pastorales.  Como se desprende, el compromiso y el celo de los pastores se hacen impostergables.
  6. Sexto, La Escuela de Formación La Barca, RICA, El Camino de Santiago de El Yunque y la Catequesis Familiar Integral, se perfilan como valiosos instrumentos de fe y de esperanza en el proyecto de esta Diócesis Misionera. Estas iniciativas, entre otras, debemos trabajarlas enfocados en nuestra realidad diocesana, invocando al Espíritu Santo y viviendo el espíritu discipular misionero al que nos invita Aparecida; y a la luz de la voz magisterial del Papa Francisco, que nos llama a una nueva evangelización, con una Iglesia “en salida” y con espíritu de misericordia.

Finalmente, con esta carta pastoral anhelo llegar al corazón de nuestros presbíteros, diáconos, religiosos, líderes y responsables laicos en las estructuras diocesanas y parroquiales, y de todas aquellas personas que sientan, en lo profundo de su ser, el deseo de servir y de aportar para general la cultura de la vida, el encuentro fraterno, el bien común y la solidaridad.  A todos les llamo y les solicito, encarecidamente, trabajar en la conversión de nuestras mentes y corazones para que se despierte la fe tranquila o dormida, y que broten la pasión y la entrega verdadera que exige nuestra dimensión misionera.  Este cambio, de mentalidad y de corazón, debe reflejarse en actitudes nuevas, en relaciones humanas de respeto y valoración recíproca, en una mejor comunicación de forma afectiva y efectiva, en estilos y acciones pastorales de carácter profético y testimonial, de tal forma, que podamos entrar en la dinámica del Reino de la Vida para impulsar la vida nueva de nuestro Señor Jesucristo.  Jesús nos ha llamado a tomar la cruz y a seguirle cada día14 y este no es un camino de tranquilidad, de acomodo, de caprichos personales o de indiferencia.  Por el contrario, es un camino de aprendizaje, de penitencia, de entrega, de sacrificio y de esfuerzo continuo que requiere, además, mucha oración, auténtica espiritualidad, formación y cambio de mentalidad y de espíritu, es decir, conversión personal, misionera y pastoral.  Desde aquí es que surgen la alegría y la entrega por el Reino de Dios, que se hace posible cuando nos reconciliamos, nos liberamos de miedos y de esclavitudes, y abrazamos a Jesús con pasión y alegría, y nos disponemos a seguirle como verdaderos discípulos misioneros, pues, Él es el “Camino, la Verdad y la Vida”15. ¡No tengamos miedo!  Siete años de vida diocesana nos reclaman conversión, crecimiento, afirmación misionera, madurez cristiana, seguimiento fiel y servicio testimonial en la Diócesis de El Yunque. 

 

1 Ambos Pontífices lanzan con fuerza las palabras, “No tengan miedo”, al iniciar sus respectivos ministerios petrinos: el Papa Juan Pablo II, el 22 de octubre de 1978; el Papa Francisco, el 19 de marzo de 2013.

2 Mt.28,20.

3Jn. 14,16.

4 Cfr.Jn. 3,3.

5 Concilio Vaticano II, GS 1.

6 Cfr. Lc 1, 39-45.

7 Documentos de Aparecida 278.

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