«¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras?» (Sant 2, 14)
Los pasados 8 al 12 de junio tuve la dicha de participar junto con otros jóvenes de un Campamento de Trabajo Católico en Maricao. Jóvenes de diferentes áreas de Puerto Rico nos encontramos llenos de entusiasmo en este pueblo encantador. Al estar ubicado en un lugar tan recóndito, el entorno se conserva lleno de verdor, en un ambiente silencioso que invita a la contemplación y sin estrés. Independientemente de lo atractivo que suena, no deja de ser raro eso de irse de vacaciones a trabajar. Vacacionar, para la mayoría de las personas, es la ausencia de trabajo y el tiempo es ocupado por actividades pasivas como ver series hasta que ardan los ojos. Pues, ese no fue el ideal de los jóvenes que asistimos a este campamento.
El fin del Campamento de Trabajo Católico era muy simple: evangelizar por medio de obras. Las obras consistían en pintar las casas de algunos residentes de Maricao que eran de escasos recursos o no tenían manera de conseguir la mano de obra. La diferencia de todo nuestro trabajo estuvo en el propósito de hacer todo por amor a Dios y demostrar ese amor por medio de un trabajo bien hecho con alegría juvenil. Todos estos trabajos estuvieron acompañados por momentos de encuentros con Jesús y María por medio de la misa diaria, adoración eucarística y rezo del rosario en comunidad. En nuestro tiempo libre hicimos actividades en grupo como juegos de mesa, cantar, hacer una fogata, descifrar los acertijos del Padre Eric Bosques, entre otras cosas. El celular quedó en el olvido pues nos interesaba más disfrutar el momento presente junto a los demás que accesar una “realidad virtual” individualista. Fue hermoso ver como los jóvenes que participamos fuimos de desconocidos a considerarnos una familia al culminar este campamento.
Llevo muy cerca de mi corazón el testimonio de una de las señoras a quien le pintamos su casa. Ella es feligrés de la Parroquia San Juan Bautista que no cuenta con carro ni licencia de conducir, pero aun así tiene asistencia perfecta a misa. Ella sola recorre a pie un tramo que le toma alrededor de 50 minutos para llegar a la parroquia. Entonces mi reflexión es: ¿qué estoy dispuesta a hacer para participar de la Eucaristía? Con su testimonio estoy segura de que ella no mide las inconveniencias del camino con tal de tener el privilegio de ir a misa.
Considero que este campamento de trabajo debería darse en todos los pueblos porque estoy segura de que no soy la única joven que quiere servirle a Dios y a la Iglesia de esta manera. Ciertamente en las siete obras de misericordia corporales no está pintarle la casa al prójimo, pero en nuestro corazón había una motivación: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo». (Mt 25, 40)
Victoria S. Pagán Ramírez
Para El Visitante