No es lo mismo sumar cuatro veces el uno que sumar uno más tres. En la maternidad sucede igual, no es lo mismo un embarazo simple que uno múltiple y este fue el caso de la familia Zeno Cornier.
Ángel e Ivelisse, tenían una niña de 2 años y medio, cuando decidieron “buscarle un hermanito o hermanita para que no se quedara sola”. Hacía algún tiempo, Ivelisse se había sometido a tratamientos hormonales, ya que tenía un solo ovario tras sufrir de ovarios poliquísticos.
Una vez embarazada, en su primera visita médica recibió la noticia de que llevaba en su vientre tres criaturas. Sin embargo, el médico le aconsejó permanecer tranquila, ya que los embarazos de esa naturaleza no siempre prosperan. En la próxima cita asistió con su esposo que para la vez anterior, se encontraba fuera del país por motivos de trabajo. Su reacción, según Ivelisse fue: “Lo vio con sus propios ojos, no lo creía. Estuvo cerca de una semana en silencio total. Cuando reaccionó, le dije: ‘Tranquilo que Dios provee’. Gracias a Dios, papá aprendió a ser un súper papá, aprendió a cambiar pañales, dar leche y hasta se levantaba primero que yo”.
Durante el primer mes, los bebés se despertaban con 20 minutos de diferencia uno del otro. Luego se levantaban de madrugada todos a la vez. “Fue una sensación de impotencia porque dices: ‘¿Qué hago?, porque son muchos a la vez’. ¿Lloro? Pero si lloro no comen. Se me ocurrió alimentarlos a los tres a la vez. Puse a cada uno en un car seat, me senté frente a ellos, a dos les aguantaba las botellitas y la otra la sostenía con un cojín. Había una que se tomaba una onza y se quedaba dormida. Ahí yo bregaba con los otros dos, sacaba gases, cambiaba pañal, los acostaba. A la que se quedaba dormida, le cambiaba el pañal, ahí despertaba y terminaba su botellita”, recordó.
Con la llegada de sus trillizos fraternos, muchos le decían que no podría volver a trabajar. Pero, al contrario, “yo quería, era como una meta personal que tenía. Después de tres meses, regresé a mi trabajo”. Sin embargo, la logística era complicada, pues había cuido que pagar, levantarse, preparar los bultos, dejar los niños cuidando para salir de su pueblo Arecibo hacia el trabajo en el área metropolitana. “Así estuvimos 5 años aproximadamente”, dijo.
Posteriormente dejó el trabajo para dedicarse a sus hijos. “Como mamá sentía que la familia estaba en mis manos. Mi nene, tan pequeño, estaba con unas conductas desafiantes. Sentía que le estábamos pasando la tensión a los nenes y que como mamá no conocía verdaderamente a mis hijos. Ya no sabía qué comían, qué no, en qué momento se molestaban o no y hubo un momento que dije: ‘Basta esto no es vida, no es familia, no es salud para nadie’”, contó.
Aseveró que la tarea no ha sido fácil por la cantidad de trabajo y atención que requiere. “No era lo mismo llevarte dos o tres pañales, que un paquete completo. Diariamente se me iba una lata completa de leche. Casi a diario se lava una tanda de ropa”, señaló. Sin embargo, afirmó que en cuestión de tenerlos fue más fácil, ya que, al tenerse unos a otros, jugaban y se complementaban, pudiendo ella completar algunas de tareas en el hogar.
Asimismo, optó por educarlos en la casa (homeschooling) al no encontrar cupo en kínder. “Era otra cosa totalmente nueva. Al principio era bien estresante, pero en el proceso aprendí que la salud emocional de mis niños tenía que ir por encima de todo. Me dediqué a enseñarles primero a amar, el aprendizaje surgía en la cotidianidad. Si necesitábamos tres galones de leche, contaban: ‘Uno, dos, tres’. De poco a poco fuimos enderezando lo que por ignorancia o rutina se fue torciendo”, explicó.
Según dijo, la Providencia era una palabra que conocía, pero su significado concreto no lo había tenido claro hasta que nacieron sus hijos. “Se hizo presente cuando menos lo esperaba. A mi casa llegaron cunas, car seats, pañales y yo no pedí nada. Simplemente la gente sabía y llegaba. También creo que mi vida no hubiera sido igual, si espiritualmente no hubiera estado fortalecida”, reconoció.
Actualmente, los cuatro se educan en el hogar, practican Taekwondo, son músicos y misioneros. Angelisse, la hija mayor de 12 años de edad, ya es cinta negra y clarinetista. Con 10 años de edad, Ángel David es percusionista; Alanis, violinista y Angelimar es flautista. La familia, asiste a la parroquia Nuestra Señora de Fátima en Arecibo y pertenece al grupo de Infancia Misionera y GIMVI (Grupo Impulso Misionero de Villaregia) para niños y adultos.
Para Ivelisse, ser madre es ser amor. “Es el amor vuelto carne para edificar un hogar, una familia, unos hijos aunque no sean biológicos. Una mujer puede dar a luz a sus propios hijos, como también puede hacer renacer a aquellos que viven una vida sombría y sin esperanza hacia una nueva vida. Las madres damos a luz esos hijos del futuro y de nosotras depende el que ellos puedan ser ente de cambios”, puntualizó.
Nilmarie Goyco Suárez
Twitter: @NilmarieGoycoEV
n.goyco@elvisitantepr.com