Nadie debe padecer hambre. Sin embargo, el hambre es uno de los padecimientos más comunes en este mundo. Millones de personas sufren de ella y miles mueren diariamente por su causa. En Puerto Rico no estamos exentos de esta desgracia mientras en nuestras comunidades vemos cómo se desperdicia sin conciencia.
Según la Encuesta de la Comunidad del Censo de 2014 el porcentaje de personas bajo el nivel de pobreza en Puerto Rico se encontraba en un 46.2 %. Ante la tendencia migratoria que estamos experimentando en Puerto Rico no es sorprendente reconocer que la mayoría de los que migran son personas hábiles y quedan atrás los más ancianos y vulnerables.
Proveer comida al que tiene hambre es sumamente importante, de hecho, es una de las obligaciones morales de todo cristiano: “Tuve hambre y me diste de comer”, (Mt 25, 35). Pero más allá de ese acto de misericordia es imperativo ser agentes de un cambio transformador en nuestra sociedad que impacte la raíz del problema que se encuentra en la mentalidad utilitarista que permea en nuestra sociedad. Nuestros jóvenes y niños afectados por una pobre alimentación, son propensos a vivir una vida con dificultades para un desarrollo óptimo tanto físico como intelectual y emocional. Esto a la larga y a la postre, repercute en la habilidad de poder desarrollar un país próspero.
Debemos, particularmente los católicos, poner un esfuerzo para enfrentar este reto más allá de las consideraciones políticas, sociales y económicas, que muchos consideran la panacea a todos los problemas sociales y unir esfuerzos para buscar soluciones basadas en el mensaje de misericordia y de cuidado del prójimo que nos presenta el Evangelio. Ayudar a las poblaciones más frágiles a buscar y encontrar medios de inserción social que les provea las oportunidades necesarias para una vida digna. No quedarnos con una mentalidad puramente asistencialista es un reto que tenemos que afrontar como comunidades de fe. La actividad asistencialista debe ser solo un medio para aliviar en la inmediatez del problema y encaminarnos a edificar un mejor futuro para nuestros hermanos.
Las Sagradas Escrituras están llenas de momentos en que Dios nos recuerda que hemos de cuidar de la viuda y el huérfano. Que por medio de nuestra entrega hemos de cuidar de los más desprotegidos. Desde el Antiguo Testamento nos recuerda el Señor las prioridades de nuestra fe:
“El ayuno que he escogido, ¿no es más bien romper las cadenas de injusticia y desatar las correas del yugo, poner en libertad a los oprimidos?
¿No es acaso el ayuno compartir tu pan con el hambriento y dar refugio a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no dejar de lado a tus semejantes?
Si así procedes, tu luz despuntará como la aurora, y al instante llegará tu sanidad; tu justicia te abrirá el camino, y la gloria del Señor te seguirá. Llamarás, y el Señor responderá; pedirás ayuda, y Él dirá: ‘¡Aquí estoy!’”, (Isaías 58, 6-9).
Nuestra fe nos requiere estar en búsqueda continua de medios para lograr precisamente esto. Requiere eliminar el conformismo que responde a una ceguera espiritual que nos convierte en virtuales fariseos en busca de autocomplacencia por medio de fútiles actos de “caridad”. Nos interpela a actuar responsablemente en favor del presente y del futuro de nuestros hermanos. La parábola del buen samaritano es clara al recordar que el samaritano no solo cuida del hombre herido, sino que provee para su cuidado futuro.
Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: “Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Vete y haz tú lo mismo» (Lc 10).
Actuar acorde a nuestra fe en la cotidianidad de nuestra vida es un verdadero reto. Responder a los planteamientos de Jesús ante las necesidades de nuestra sociedad requiere un acto de valentía ante las presiones de gobiernos e instituciones regidas por las ansias de poder, las tentaciones a la corrupción por la avaricia y las promesas de bienestar individual en vez de la búsqueda del bien común. Actos puramente asistencialistas pueden llevar a nuestros hermanos católicos a responder a sentimientos de complacencia por acciones que en vez de levantar al pobre lo usan como medio de tranquilizar conciencias. Estos actos poco efectivos y minimalistas repercuten en acciones que impiden el desarrollo humano y digno de muchos de nuestros hermanos más vulnerables.
La caridad cristiana nos interpela a rebasar los límites de nuestros prejuicios y a comprometernos como Jesús en favor de los más pobres y marginados ayudándoles a levantarse y caminar por sí mismos.
(Fray Carlos González )