Arzobispo Metropolitano de San Juan de Puerto Rico

Hoy celebramos con mucha alegría el nacimiento de San Juan Bautista. En una ocasión, escuché decir al Papa Francisco que la Iglesia tenía algo de Juan  Bautista.

Nuestra Arquidiócesis tiene mucho de San Juan Bautista. Es su patrón; lleva su nombre; es su historia.

Por eso, estamos llamados a ser una Arquidiócesis inspirada en la figura de Juan.

Sobre Juan, dijo Jesús: “Les digo que entre los nacidos de mujer, no hay nadie mayor que Juan…” (Lc 7, 28). Si bien la venida del Mesías fue anunciada por muchos profetas, Juan fue el último profeta que lo anunció. No solo lo anunció, sino que lo vio, lo bautizó. Por eso decimos, que Juan es el último de los profetas y el primero de los santos y puedo decir, el primero de los mártires.

Juan es tan grande que ha sido el único profeta  cuya existencia también ha sido profetizada. Malaquías  profetizó sobre Juan, el más grande nacido de mujer con estas palabras: “He aquí, yo envío a mi mensajero, y él preparará el camino delante de mí.” (Mal 3,1).  También por Isaías cuando dijo: “Voz que clama en el desierto: Preparad camino  al Señor; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios” (40, 3).

A este gran santo se le han dado muchos títulos. Entre estos: el precursor del Mesías, el más grande nacido de mujer (Mt 11, 11), el Bautista, el último de los profetas, Elías, Profeta del Altísimo (Lc 1, 76). El que cierra la puerta del Testamento y abre la del  Nuevo Testamento, Testigo de la luz (Jn1, 7).

Hoy quiero que reflexionemos sobre este otro título: La voz que clama en el desierto.

Juan es voz. ¿Pero voz de quién? Juan es voz de Cristo en un mundo sordo. Decía el Papa Francisco: Él es “la voz, una voz sin palabra, porque la palabra no es él, es otro. Él es quien habla, pero no dice; es quien predica acerca de otro que vendrá después… está ‘el misterio de Juan’ que ‘nunca se adueña de la palabra; la palabra es otro. Y Juan es quien indica, quien enseña’, utilizando los términos ‘detrás de mí… yo no soy quien vosotros pensáis; viene uno después de mí a quien yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias’. Por lo tanto, ‘la palabra no está’, está en cambio ‘una voz que indica a otro’. Todo el sentido de su vida ‘está en indicar a otro’”, (23 de junio de 2013).

Decía muy elocuente el Obispo de Hipona, San Agustín, que: “Si Juan se hubiese anunciado a sí mismo, no hubiese abierto la boca de Zacarías. Se desata la lengua porque nace la voz. En efecto, cuando Juan anunciaba ya al Señor, se le preguntó: Tú ¿quién eres? Y él respondió: Yo soy la voz del que clama en el desierto.”

Juan es la voz que clama en el desierto.  Pero ese desierto desde el cual anuncia a Jesús, no es un desierto geográfico. A nadie se le ocurría ir a predicar en un desierto de arena, calor y víboras. El desierto al que Juan clama, grita, predica la conversión y anuncia la llegada del Mesías es al corazón humano.

Juan clama a aquellos corazones que son más secos que los desiertos. La falta de amor seca los corazones y los hace estériles. No producen frutos. Solo el amor es fértil. El odio esteriliza.

Juan clama en el desierto de los corazones de aquellos que no perdonan.  Hay personas que con mucha alegría se jactan de tener el siguiente lema: yo perdono pero no olvido. Cuando un corazón deja de perdonar se seca, el odio lo seca, sufre de una sequía que lo erosiona, lo reduce, lo desgasta lo achica.

Decía San Juan Crisóstomo: “Nada nos asemeja a Dios que la capacidad de perdonar”. Ser semejantes a Dios no es parecernos físicamente a Él, es actuar como Él, sentir como Él, amar como Él y no menos importante, perdonar como él. De ahí la invitación de Jesús  a ser misericordioso como el Padre (Lc 6,36).

Como Arquidiócesis que lleva su nombre y su protección, estamos llamados a ser una Arquidiócesis inspirada en la figura de Juan. A ser voz, no una voz cualquiera, ni nuestra propia voz, ni la voz de lo que se quiera escuchar. Estamos llamados a ser la voz de la Palabra. Si la voz de la Iglesia no es amorosa, es una voz sin Palabra; si la voz de la Iglesia deja de ser misericordiosa, y de reflejar la ternura y la compasión de Dios, es una voz que no dice nada, es voz de alguien pero no de Dios.

Y, en el desierto que vivimos y vemos en Puerto Rico, ¿qué voz debemos escuchar? ¿La de Juan y su mensaje de la conversión? ¿O,  la voz que nos invita a la confrontación a la violencia, a la división? La voz de Juan es la Palabra del Señor, una Palabra que nos invita a la esperanza, a la reconciliación, al perdón, la generosidad, a la entrega, a la honradez.  La voz de Juan indicaba a Jesús. ¿A quién indica nuestra voz?

En este Puerto Rico en crisis podríamos escuchar muchas voces, con muchos intereses. Y, en medio de esto, la Iglesia, tú y yo, debemos llevar otra voz, la voz de Cristo donde su único interés es la salvación, la justicia, la paz, el amor, la unidad. Esa voz, la voz que es la palabra encarnada también debe iluminar el camino a la recuperación de Puerto Rico, pues esta crisis no solo es económica, fiscal o presupuestaria, esta crisis también es moral, es espiritual y de fe.

Que en esta crisis económica nuestra dignidad como pueblo no sea servida en bandeja de plata, como sucedió a Juan, a los grandes intereses, a los buitres de la economía, a las leyes sin alma. En esta crisis, como Juan con la voz de la Palabra, clamemos en los corazones desérticos para que sean sensibles al dolor de nuestro pueblo.

Juan Bautista, ruega por nosotros y nosotras ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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