Los que esperan a un bebe, producto de un matrimonio o de una relación efímera, reflejan una alegría única, un regalo especial. Esa espera tiene connotación de bendición, de que Dios se acordó de ellos. Si uno de los dos es de la farándula o de cierta prominencia social, la noticia es un acontecimiento, una lotería. Todo el mundo lo comenta, se le da un cariz único, se le acoge desde el vientre materno.

     Se defiende a un niño en particular, a ese que está cobijado por lo mucho, que tiene a una multitud que aplaude. Pero no se hace lo mismo con el de la barriada o el caserío que es víctima de unas circunstancias particulares, que no tiene estatus social o económico. Todo apunta a que el niño debe ser abortado, sacado de la lista de los vivos.

     El amor empequeñecido deja un saldo de frivolidad y tiranía arbitraria. Se escogen los nacimientos, se apedrea al vecino, se cantan loas a lo banal y caduco. A los pobres se les somete a acogerse a la franquicia de los demógrafos y especuladores sociales que sólo tienen ojos para algunos, como si el amor fuera raquítico en vez de engendrar vida y esperanza.

      Con la especulación a cuestas se observa un delirio por los niños que deben nacer y los que deben morir. Se exhibe un deleite por los que lo tienen todo versus los que carecen de todo. Es decir que el que arriba a este mundo debe estar cobijado por el tener, por la abundancia, por un estatus social. No hay lugar para extender la mano y el corazón, ni para pactar con el que carece de todo.

     Una sociedad dividida en lo que tienen más y los que tienen menos clama por un abrazo que refleje una auténtica preocupación por todos. El amor por el niño que va a nacer no se logra en la especulación, sino en la sana voluntad de un abrazo único, robusto y eficaz. Suena patético deplorar la pena de muerte para algunos, mientras otros gozan de cabal salud, tienen un abrazo solidario que los protege y les cuida.

    La Santa Iglesia está a favor de custodiar la vida desde la fecundación hasta la muerte natural. Cualquier desliz de esa aseveración radical es señalada como pecaminosa, una ofensa de lesa humanidad. Se habla con contundencia de siglos, con la vida sobre los hombros, con el ánimo y el deseo de servir y reverenciar al Dios misericordioso.  

     La vida es un preciado tesoro, una oportunidad única de rehacer el mundo, de sanear la realidad maltrecha por el mal, el egoísmo, la guerra y la pobreza. Se lucha por un mundo mejor, por todos, por abrir la puerta a los que llegan al misterio de la existencia. No es lícito ampliar un horizonte de luz para algunos que son recibidos con confeti, mientras otros mueren en segundos. 

     La ternura, virtud curativa, es necesaria a todo momento. No puede ser suplantada por el cálculo o la especulación. Todo niño trae un mensaje de Dios, buenas noticias para la humanidad. Dejarlo a expensas de la fragilidad de la mala noticia es propagar la fea actitud de aquí no lo queremos.

P. Efraín Zabala

Para El Visitante

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here