Queda en el recuerdo el paso firme de los campesinos que levantaban sus ramos con hidalguía y gran devoción. Los caminos, las rutas ampliaban una devoción única en que él; ¡Viva Cristo Rey! era una alabanza del corazón. Tras ascender a la palma para conquistar el anhelado ramo, se hacían canastillos, se adornaban con el entretejido vivo y audaz. Era para recibir al Señor que pasaba cobijado con la alegría de la muchedumbre en profecía de estamos contigo; queremos a Barrabás.
Así comienza la Semana Mayor en el Puerto Rico de la fe como una antorcha viva. El campo se vaciaba en el pueblo y la aventura cristiana se esparcía como una bendición, una alegría de estar juntos en compañía del Señor que inspiraba a la muchedumbre. Era una fiesta organizada por los católicos que habían recibido el bautismo, en el vecindario o en la iglesia parroquial. Su fe era cristalina, de sacrificios, de la dura brega.
Hombres, mujeres y niños, ataviados con lo mejorcito que tenían, vitoreaban, cantaban con gran fuerza y vigor. La rudeza de aquellos días se hacía sobria, el sentir con Cristo se definía como sacrificio, dar la mano, estar de rodillas. No hablar en alta voz. Así suplía el Domingo de Ramos, festivo y ceremonial, la otra parte, el Viernes Santo de gran luto, moría el Señor…
El pueblo de Dios, esparcido por la ruralía, enrollaba sus afanes y se cobijaba con la pasión de Cristo. La muerte del Señor Jesús estremecía y el silencio era norma y mandato. Había una liturgia del batey; lágrimas para el Señor, silencio en los alrededores, paz para el alma. Desde la distancia se pactaba con el templo parroquial y se respetaba desde la intimidad más sagrada.
No se olvida el domingo de ramos pletórico de luz y de esperanza, porque había una fe que subrayaba cada gesto, cada detalle. Dentro de las limitaciones económicas y de escolaridad, se aprendía mucho desde el sacrificio y la nobleza. El Cristo, muerto y resucitado atraía con su costado abierto, con su ternura única.
Este año, en que todavía rige la pandemia, echaremos de menos el festín de palmas, la algarabía de un domingo ritual lleno de esperanza. Desde el corazón, recordando el ayer de vitalidad, podemos participar con el Señor Jesús en esa Semana Mayor. Todo parte de una experiencia cristiana, del amor que supera todo.
No se puede echar en saco roto la justa y razonable Semana Santa que comienza con el Domingo de Ramos. Siempre recuerdo a don Julio que tuvo una caída al subir a una palma, se repuso y al otro día estaba en la procesión con su ramo a cuestas. Así con la disposición de los seguidores de Cristo que no se dejaba amedrentar fácilmente. A todos los que reparten virtud, va un recuerdo y una oración que serán homenaje y abrazo.
P. Efraín Zabala
Editor