Al concluir este quinquenio del Camino Pastoral Diocesano, así como hacía el Pueblo de Israel (1 Cr 29, 10-14), deseamos celebrar y agradecer al Señor por la bondad y misericordia (Sal 136) que nos ha manifestado en estos 5 años. De otro lado, nos ponemos ante Su Presencia, en escucha de lo que tiene que decirnos para nuestro caminar futuro.

El evangelista Mateo nos recuerda que el escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas (cfr. Mt 13, 52). Nosotros el Pueblo de Dios que camina en la Diócesis de Arecibo, deseamos sacar “cosas nuevas y viejas” del gran tesoro que tenemos en nuestra Iglesia, para responder a los gritos y súplicas de nuestros hermanos, ante las alegrías y angustias que nos tocan vivir.

Para hacer esto, tendremos que sacar tiempo para evaluar el camino hecho, iluminarlo con la Verdad que es Cristo, discernir lo que el Espíritu Santo sueña para nuestra iglesia local, para gloria del Padre que está en los Cielos.

Mientras caminemos hacia los bienes futuros, en esta vida y en este hoy que nos toca vivir, tenemos que discernir lo que es el del buen espíritu, para impulsarlo, y aquello que no lo es, para iluminarlo con la sabiduría y fuerza renovadora del Evangelio, la Buena noticia. En este año viviremos un proceso de discernimiento comunitario en el Espíritu Santo. Invocamos ya el Santo Espíritu de Dios para que al derramarse nos ayude a evaluar y planificar lo que será la nueva etapa de nuestro Camino Pastoral Diocesano.

Como los apóstoles, recibimos a la Santísima Virgen María en nuestra “casa-diócesis” (cfr. Jn 19,27), junto a ella invocamos una generosa efusión del Espíritu Santo (cfr. He 1,14) y como hijos obedientes pondremos en acto sus palabras: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5).

De nuestra Madre pedimos la ayuda y la protección, bajo su advocación de la Virgen del Perpetuo Socorro”. Ella nos acompañará y dará un “color” mariano a este nuevo año que inicia.

Un 10 de diciembre de 1985, San Juan Pablo II declaró a Santa María, bajo la advocación de “Virgen del Perpetuo Socorro”, patrona de la diócesis de Arecibo, y es con nuestra Santa Patrona que deseamos responder generosamente al Señor.

¡Cómo no proclamar, en este tiempo tan particular en que nuestra isla fue azotada por el huracán María, que la Virgen María, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, nos ha hecho, y hace, experimentar su constante intercesión maternal! ¡Cómo no reconocer, una vez más, que la Virgen María, como en las bodas de Caná, no permanece indiferente ante nuestras necesidades! ¡Cómo no escuchar el grito que en estos momentos nos dirige, como hijos de la diócesis de Arecibo, diciéndonos: “¿No estoy yo aquí con ustedes, la Virgen del Perpetuo Socorro?”.

Oh, Virgen y Madre del Perpetuo Socorro, Virgen de la Pasión, que supiste quedarte de pie ante la cruz de tu hijo, haznos capaces de esta fe inquebrantable, de esta esperanza luminosa, de esta caridad invencible que son la semilla y la certeza de la Vida Nueva en Cristo.

Es significativo que, en este Año Mariano, antes de comenzar el camino de discernimiento y de proyección, nuestro pueblo haya vivido el azote del Huracán María. ¿Será que “María” nos puede decir algo en este caminar?

El huracán María nos sacó de nuestra comodidad y rutina. Nos llevó a ver la fragilidad de nuestra vida. Nos hizo preguntarnos qué es lo esencial de la misma.  Nos “invitó” a mirar a fuera y salir. Nos recordó que no estamos solos que tenemos hermanos, amigos, vecinos. Sacó de nosotros las mejores fuerzas e ingenio. Nos descubrió nuestro espíritu de lucha. Nos recordó lo bello que es hacer las cosas juntos, ser solidarios y fraternos.

¿No son estas las virtudes necesarias para un Año de Evaluación y Planificación?: El santo temor de Dios, que nos hace reconocer a nuestro Dios, como el Señor de la historia, que estamos en sus manos seguras y a Él tenemos que buscar; el silencio y la meditación, que nos ayuda a escuchar la voz de Dios en nuestro interior; el amor al ser humano, que nos hace reconocer su alta dignidad; la fortaleza y la perseverancia, necesarias para edificar el bien; la escucha y el diálogo, para juntos descubrir los signos de los tiempos; la obediencia al Espíritu, que nos permite hacer nuevas las cosas; la comunión, que nos hace sentir el otro hermano, uno que nos pertenece, parte de mí, y esto es ser Iglesia.

Todas estas virtudes, antes mencionadas, sea a través de los textos bíblicos, o de la misma historia de la Iglesia, las reconocemos en la Virgen del Perpetuo Socorro. Es por esto, que, como su Hijo Jesucristo, que se encuentra seguro y fortalecido, en los brazos de la Madre, nosotros, sus hijos de la diócesis de Arecibo, le confiamos este año de discernimiento y nuestras vidas, en este peregrinar en esta tierra, a veces duro, pero con la mirada fija en los bienes del Cielo.

A través de la Intercesión de la Virgen del Perpetuo Socorro, les imparto la bendición.

(Mons. Daniel Fernández Torres | Obispo de Arecibo)

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